Con motivo del 80 aniversario del 19 de julio de 1936 se edita este texto donde se reflexiona sobre la revolución. La revolución social como necesidad de los oprimidos para finiquitar este siste de explotación y miseria.
Hoy como ayer, por la anarquía.
EN DEFENSA DE LA REVOLUCIÓN
A 80 años del 19 de julio de 1936
Revolución es una palabra cargada de significados. Lo que antaño podía significar en el imaginario común a cambio brusco, insurrección y derribo del orden social vigente, ha pasado a ser un término recurrente en el márketing. La revolución como idea, como puesta en práctica de cambios sociales, nos ha sido expropiada y recuperada por el capitalismo. Un capitalismo que se sirvió de la revolución (sangrienta y violentamente) para lograr su hegemonía como sistema y alzar a la burguesía como clase dominante. Revolución, decimos, que ha desposeído a los sujetos, a las personas, de su accionar y papel protagonista en este proceso para ser desplazado a los objetos, a la tecnología o a un nuevo paquete de préstamos hipotecarios. ¿Qué nuevo producto, qué nuevo e-book, red social, plan de pensiones o método de aprendizaje de inglés puede triunfar en el mar de la competencia capitalista si no es presentado como revolucionario? Los cambios en el capitalismo que convierten en religión a ideas como la eficiencia, el dinamismo, la flexibilidad o la rapidez vienen a concretarse en continuas revoluciones en lo cotidiano, cambios bruscos para que la explotación y la dominación sean mejoradas y perfeccionadas en la mayor brevedad posible. La revolución desde arriba, la revolución por decreto, ha pasado a ser una obligación de la Dominación.
Sin embargo, a 80 años de un 19 de julio de 1936, nos gustaría dedicar unas líneas a la defensa de la revolución. La revolución como cambio de paradigmas sociales, como destrucción del orden opresor, a la abolición de la propiedad, a la supresión del Estado y sus secuaces, a la puesta en común, a la solidaridad, el apoyo mutuo, a la socialización y colectivización: al intento de arrancar la autoridad de nuestras vidas. Todo un proceso, el de la revolución, que acelera de forma brusca las luchas y conflictos sociales contra Estado y Capital de décadas atrás, aceleración que se concreta en la insurrección, en el levantamiento (uno más) que no es logrado frenar en primera instancia por ninguna fuerza, que barre al orden vigente en sus muchas manifestaciones. Hablamos de revolución social y no revolución política porque no se trata de un cambio en las caras del Poder, un nuevo reparto del pastel de la dominación, con formas nuevas, pero el mismo fondo que haga que prevalezca la explotación, la existencia de gobernantes y gobernados, dominantes y dominados.
¿Es la revolución un camino de flores? ¿Es la revolución un camino en línea recta? Pues no, obviamente. La revolución se encuentra en su camino con todos aquellos que pretenden asesinarla. Toda revolución engendra dentro y fuera de ella la contrarrevolución. La contrarrevolución que pretende abortarla por muchas vías: la traición de sus miembros, el aplastamiento a través de la contienda y la lucha contra las fuerzas del orden, la recuperación a través de las viejas instituciones del Estado, la burocratización de sus procesos, el surgimiento de líderes y el viejo fantasma del autoritarismo, la delegación y el consiguiente abandono de la iniciativa de los oprimidos en pro de un Partido o alguna forma vertical de organización… Frente a esto, la insurrección, la revuelta, se muestra como única solución posible, como supresión de cualquier contradicción.
Hacemos esta defensa de la revolución en torno a 80 años de un 19 de julio de 1936 porque lo aquí comentado se vivió en España en aquel entonces. Porque mientras se luchaba contra el fascismo en los frentes, se daba rienda suelta a la mayor obra de transformación social nunca vista por el ser humano. Porque la anarquía, o al menos, su aproximación, dejo de ser utopía para ser una realidad al alcance de las manos de nuestras antepasadas. Y también la contrarrevolución y sus fuerzas. En frente, el fascismo clerical, militar y empresarial que tras fracasar su república burguesa, se juega el todo por todo buscando una forma de Estado más acorde a sus homólogos italianos y alemanes. En la retaguardia, la fuerza contrarrevolucionaria vino a ser la burguesía liberal, partidos políticos como el PSOE, el PCE (el PCUS en Cataluña) o los nacionalismos burgueses. Y también la burocracia y la traición interna en las organizaciones anarquistas. Frente a la amenaza de la supresión y recuperación por el orden burgués republicano, el conflicto con la revolución empieza a fraguarse casi desde el 19 de julio pero no estallará, a pesar de los muchos ataques, hasta el mes de mayo de 1937. Lxs anarquistas, los sectores del movimiento libertario no integrado en la legalidad burguesa y, en fin, el proletariado que con tanto esfuerzo y sufrimiento habría emprendido la obra revolucionaria entendió y comprendió, que cuando la revolución es amenazada, solo la insurrección, nuevamente chispa detonante, puede salvar a la revolución.
Más allá de la derrota. Más allá de la historiografía liberal o marxista que procura silenciar y trastocar estos hechos históricos. Más allá de caer en la mistificación propia de aquellos sectores que pretenden vivir de un pasado glorioso para ignorar un presente de miserias. Más allá de todo eso, procuramos recuperar la memoria de un proceso revolucionario concreto como experiencia histórica de la cual aprender a la vez de servir de defensa de la revolución.
Defensa de la revolución social como necesidad. Como objetivo, como medio y como fin. Frente a cualquier lucha que emprendamos, contra la explotación laboral, los desalojos y desahucios, contra sus guerras, su miseria, su desigualdad, su racismo, su patriarcado, sus fronteras, sus naciones, sus cárceles para pobres y rebeldes, su represión, su hambre, su infecto mundo autoritario. La revolución no es una idealización del pasado, ni votar en una urna, ni esperar que la Democracia y su miserias nos salven (parte del problema nunca es parte de la solución). La revolución no la hace el mundo de la publicidad del capitalismo. La revolución es una necesidad muy real y muy vigente si como oprimidos y oprimidas, queremos librarnos del yugo del Estado y el Capital y su mundo de explotación y dominación.
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