El poder establecido, en todas sus vertientes, y desde siempre, ha utilizado la enfermedad mental como una forma de estigmatización social hacia todo aquel que no encaje dentro de los parámetros de “normalidad” que el sistema de dominación impone. Así pues, podemos encontrarnos con “diagnósticos” que podrían hacen del anarquismo un tipo de patología de comportamiento antisocial (por el rechazo a la autoridad, por ejemplo) o las “patologías” que las autoridades soviéticas vinculaban a la disidencia política. La juventud recibe en la actualidad propaganda y cada vezmás diagnósticos de trastornos mentales achacados a la no-adaptación a la institución escolar o familiar. Siendo éstos sólo algunos ejemplos de la infinidad de casos y situaciones donde a un individuo que no se adapta al poder impuesto se le vincula con un trastorno mental. La salud mental siempre ha sido algo secundario: importa encajar dentro de un molde, de unos esquemas que la sociedad en un determinado periodo histórico considera como válidos; siempre determinados por la consonancia con los valores que la autoridad vigente promueve en su provecho.
Sin embargo, no estamos negando en ningún momento la existencia de dolencias psíquicas reales que los individuos llegan a padecer y a sufrir. Nuestro objetivo en este texto NO es analizar las causas de la enfermedad mental; aunque no nos tiembla la mano al señalar al sistema de vida que desde que nacemos se nos impone como principal factor generador del daño psicológico que deriva en las distintas “patologías”. NO es tampoco un texto que pretenda denunciar el extraño baremo que la sociedad actual maneja para considerar a alguien como enfermo mental. Tampoco es nuestra intención denunciar, en este texto, el trato (maltrato) que los enfermos mentales reciben por parte de las instituciones, estatales o privadas. El objetivo de este texto es denunciar brevemente cómo la sociedad actual contribuye a construir una figura del “enfermo mental” como alguien que merece ser tratado como un ser peligroso y extraño, o desvalido e incapaz (a veces incluso las dos cosas); fomentando de este modo la histórica hostilidad hacia los enfermos mentales. Y es a través del estigma –la “mala fama”, la calumnia…- como se genera dicho recelo o una condescendencia “invalidante” hacia aquellas personas que padecen sufrimiento psicológico.
Autores como Michel Foucault, han estudiado cómo la consideración de los “locos” ha ido evolucionando a lo largo de la historia de la humanidad, y cómo la visión de la sociedad respecto a los enfermos mentales ha ido cambiando. Parece que el cambio de ser tratados de forma infrahumana ha evolucionado hacia una forma de ser tratados “menos” infrahumana. La barbarie y el despropósito sólo ha cambiado de intensidad en algunos aspectos. Como mucho, se ha logrado cubrir de cierto halo de modernidad que oculta tras de sí la anulación del enfermo como individuo.
Siempre ha existido y existe un estigma hacia los considerados como locos. “Su” mundo es un mundo de perturbación y desequilibrio, alejado de “nuestro” mundo donde el orden rige y la normalidad nos rodea. Es necesario marcar una separación entre su triste y dura vida, y la artificial felicidad y estabilidad que nuestra vida alberga. A esta duplicidad hemos de añadirle el estigma sensacionalista que desde los massmedia se le ha dado a los casos donde un individuo aquejado de alguna enfermedad mental realizaba algún macabro crimen. El despliegue de medios y el tiempo empleado en cubrir este tipo de noticias no hacen sino demostrar el nivel de bajeza moral al que los medios de desinformación pueden llegar a alcanzar con tal de obtener una audiencia mayor basada en el simple y llano “morbo”. Por otra parte, los estudios serios al respecto no han demostrado una relación entre enfermedad mental y violencia.
La estigmatización social hacia los enfermos mentales también ha tenido su origen en el mundo de la cultura. Ésta ha contribuido a la construcción en el imaginario colectivo de un arquetipo de enfermo mental “quijotesco”. Esto es, la idea romántica de un loco que llama la atención por sus ideas delirantes y pintorescas, llevadas al mundo de la ficción y tratadas con cierta banalidad por la “intelectualidad” que crea estas historias1. Todo ello, contribuye a dificultar la comprensión de la envergadura real del sufrimiento que la enfermedad mental instaura en la vida de los enfermos. Mención aparte merecerían ciertas vanguardias, tales como el surrealismo, que llevaron al extremo la idealización de la locura, banalizándola y convertida en un objeto de devoción y olvidando mencionar el sufrimiento, la angustia y el dolor que las dolencias psíquicas causan en los individuos. Caricaturizar a los enfermos mentales contribuye a crear una errónea visión de éstos alejada de la realidad, estableciendo nuevas barreras entre los considerados como “mentalmente sanos” y los que no.
Existe también una imagen distorsionada de las personas que sufren enfermedades psíquicas, relacionada con el mundo del “terror” y el crimen como género de ficción. Así encontramos en la industria del cine, la televisión o incluso de los videojuegos, historias en las que se muestra a los enfermos mentales como peligrosos psicópatas. Surge entonces en la sociedad otro modelo de estigmatización hacia los enfermos mentales. Toda la curiosidad que suscitan, por ejemplo, los psiquiátricos dan muestra de cómo esta mitología causa una visión macabra y el morbo que entorno a la enfermedad mental existe. Ignoramos todo el sufrimiento humano que las personas llegan a sufrir por la enfermedad mental e incluso olvidamos el maltrato que los enfermos mentales sufrían y sufren en los centros de internamiento.
Nos encontramos con personas que sufren dolencias psíquicas como la depresión o la ansiedad que reciben un trato paternalista y caritativo por parte de los demás. Se produce entonces el clásico fenómeno de aparente comprensión, cuando lo que hay detrás es un intento de sentirnos bien con nosotros mismos y poder seguir nuestra vida tranquilamente. Ya se encargarán los “profesionales”2 y sus pastillas de ayudar a estas personas. Otra nueva barrera. La solidaridad real implicaría un apoyo sincero sobre aquellos que sufren de estas dolencias que fuera más allá de la mera compasión cristiana: establecer auténticos vínculos de apoyo mutuo con los que plantar cara a las causas de los males psicológicos, siendo habitualmente el ritmo de vida y las condiciones que el capitalismo impone en nuestras vidas. Sólo hay que mirar las estadísticas de suicidios en España a lo largo de los años, y ver cómo pueden relacionarse con las condiciones económicas.
En el otro extremo nos encontramos aquellos enfermos que padecen enfermedades que revisten una mayor “gravedad”, o al menos así se considera socialmente. Nos referimos a los enfermos que padecen de esquizofrenia, trastornos de personalidad, etc. A estos enfermos se les reviste de todos los tópicos negativos y son los que más sufren los distintos tipos de estigmatización social.
Hemos de acabar de una vez por todas con el estigma social hacia los enfermos mentales y establecer vínculos de unión y apoyo mutuo entre todos los oprimidos que nos ayuden a poner en práctica una transformación radical en los valores imperantes en la sociedad. Debemos construir un mundo nuevo, donde nuestros iguales no sean para nosotros seres hostiles, sino personas con las que convivir, compartir experiencias y llevar una vida en solidaridad y apoyo mutuo. Acabemos con la mercantilización que convierte todos los aspectos de nuestra vida en productos que puedes (o debes) consumir. Destruyamos los cánones y parámetros que desde niños se nos marcan como válidos y correctos. Recuperemos las riendas de nuestras vidas.
¡LA NEUROSIS O LAS BARRICADAS!
¡POR LA ANARQUÍA!
1No queremos decir que este fuera el principal objetivo de Cervantes al caracterizar a un Quijote como una persona que sufría de alucinaciones, ni mucho menos. Sin embargo, sí vemos cómo esta idea “romántica” del loco soñador ha sido exprimida desde muchos ámbitos de la ficción, llegando a causar falta de comprensión hacia el sufrimiento que los enfermos llegan a sufrir.
2No queremos negar la necesidad en muchos casos de acudir a especialistas como psicólogos. Solo denunciamos que la responsabilidad de ayudar a las personas psiquiatrizadas solo sea una cuestión de los “profesionales”, obviando que es una labor que debería ser social.
Grupo Bandera Negra
Federación Ibérica de Juventudes Libertarias
bandera_ngra@hotmail.com – http://juventudeslibertariasmadrid.wordpress.com/