La calma después de la tormenta. Algunas reflexiones acerca de lo ocurrido en la UAM el 19 de Octubre de 2016

Tras amainar la tormenta mediática del pasado 19 de octubre, que se desató a raíz de lo acontecido en la facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid, donde una conferencia de Felipe González y Juan Luis Cebrián fue boicoteada; merece la pena detenerse un momento para analizar algunas cuestiones que suscitaron dichos sucesos y las reacciones posteriores al mismo.

No queremos llevar a nadie al engaño, nuestro análisis toma como base nuestros principios antiautoritarios. En consecuencia, aprovecharemos para realizar una exposición que, como anarquistas, creemos oportuna realizar para intentar superar la mera descripción de los hechos y profundizar en las causas y los esquemas básicos, sobre los que se construye la raíz de toda problemática.

 

Uno de los principios básicos del anarquismo es el rechazo a toda autoridad, se plasme donde se plasme, y que mayor autoridad que la que ostentan los dirigentes políticos, hagan los que hagan, sea por el bien o mal del buen ciudadano[1]. Negamos o, por lo menos, no tenemos en consideración la falsa dicotomía del político honesto frente al político corrupto. Entendemos que ambos son parte integrante de la gestión de este sistema de miseria. El político bueno, protege el orden y lo legitima como cara visible de la dominación. El político deshonroso, es utilizado como figura que sirve para mostrar una necesidad de purgar las malas hierbas, en una labor de autohigiene del propio sistema que se nos presenta como válido y efectivo frente a sus propios fallos. Pero no lo olvidemos: el político honesto y el deshonesto, ambos, tienen intereses comunes, de explotación y dominación sobre el resto de los dominados y explotados.

 

En consecuencia, poco nos importa que Felipe González haya traicionado a militantes y votantes del PSOE. No es esto nuestro motivo de acción (aunque algunos lo hayan intentado remarcar), pues, como anarquistas, lo planteamos como un ataque a un símbolo de poder que ha ostentado una posición de autoridad imponiendo sus intereses frente al resto, dando cuerda a la cadena de gobernados y gobernantes, entendiendo a estos últimos como al conjunto de explotados y oprimidos del mundo entero.

 

Es evidente, como venimos mencionando, que la clase política va a defender su posición de poder dentro de la democracia y van a funcionar en base a sus propios intereses, por lo tanto, no nos sorprende, el papel de la prensa y los medios de comunicación burgueses. Como voceros del Estado y  del Capital que son, refuerzan la posición de aquellos que nos someten, cumpliendo por tanto un papel importante en los engranajes de este sistema. No podemos caer en su juego y pretender hacer valer nuestro discurso en sus medios. Pues sus medios, son eso: SUS medios.

Más allá de las consideraciones que muchos han señalado sobre la falsa bidireccionalidad en la libertad de expresión[2], merecería la pena detenerse en lo que implica, para cualquier lucha que pretenda situarse al margen del sistema. En primer lugar, los tristes intentos a través de ruedas de prensa, respuestas a periodistas y demás acercamientos a los media evidencian una carencia absoluta de nuestra capacidad real de comunicar aquello que pretendamos, fuera de nuestros círculos. Quizás ya va siendo hora de dejar de delegar en los medios del enemigo y plantearnos el cómo y el porqué de esta carencia. En segundo lugar, entendemos que convendría plantearse hasta qué punto los acercamientos de los periodistas a preguntarnos “nuestra versión” de los hechos, no es sino una búsqueda de “carnaza”, dado que todo cuanto digamos será apuntillado, dado la vuelta y, en última instancia, sepultado bajo el peso de lo que realmente tiene relevancia en los medios de las grandes empresas y los monopolios de la comunicación. Pero, aun dando como válido, que quizás, algún lector de “Público” (por mencionar un medio que atraiga a un lector medianamente izquierdista[3]) pudiera llegar a indignarse frente a la desvergüenza “criminalizadora” o cualquier valoración nuestra que pase el filtro de los media, nos parecería oportuno cuestionarse hasta qué punto no es una emoción más que el espectador pasivo siente avanzando a través de una página web. El espectador/lector pasará de la indignación frente a la represión  para dar paso a la ternura al ver el parto de unos gemelos tras un bombardeo en Siria, después la tristeza al ver las imágenes de un terremoto en Bolivia para pasar al horror al leer las estadísticas por muertes en violencia de género y luego a la frivolidad del último video de gatos. Todo ello en 6 minutos. Este torrente de sentimientos, donde se ha colado la acción represiva del Estado, anula la capacidad de empatía y de análisis. La pasividad reina en el espectáculo mediático independientemente del sentimiento que experimentemos por su propia fugacidad.

 

Entendemos que son nuestros medios y nuestras propias fuerzas las que deben cumplir la tarea de comunicar aquello que pretendamos trasmitir. La acción directa también es una tarea en el ámbito de la trasmisión. En resumidas cuentas, la propaganda por el hecho: dejar que sea la acción y nuestros propios medios comunicativos los que hablen y no darles el gusto a periodistas y polítcxs de utilizar nuestras acciones y su reflexión o justificación como portada de sus diarios.

 

Finalmente otro aspecto que se ha ido mencionando sobremanera como pilar de las sociedades democráticas, y que siempre genera controversia es la cacareada “libertad de expresión”. Este término es utilizado siempre por ciudadanxs, polítcxs y periodistas para recriminar una falta de libertad , expresar algunas opiniones en democracia o justificar algunas otras. Pues bien, lxs anarquistas no creemos en la libertad de expresión, es más, la rechazamos, pues está sujeta al Derecho, es decir, al mayor instrumento de dominación: la ley.

Lxs ciudadanxs pueden expresarse hasta donde la ley les permita, marcándose los límites por el Estado de Derecho. Todo derecho (como la libertad de expresión o la propiedad privada, por ejemplo) es una concesión, una “autorización” del poder competente, incluso cuando se lo arrancamos con la lucha. En consecuencia, todo derecho concedido y otorgado por una autoridad (pues su concreción se hace a través de la ley y el reconocimiento de la misma) implica un reforzamiento de su posición de poder.

 

La democracia y sus dogmas han generado pilares como la libertad de expresión para establecer límites en lo consentido a la par de legitimarse como modelo social basado en la libertad tal y como el liberalismo sostiene. A este respecto, la “libertad de expresión” está muy ligada a su prima hermana la “tolerancia” y se tiende a recurrir a ambos en casi cualquier controversia. Misma trampa: la tolerancia es una imposición que la democracia nos intenta imponer, partiendo de la institución familiar, hasta el mundo laboral, pasando por la escuela o la religión entre otras muchas. Pero ¿Tolerantes con qué? ¿Con la explotación asalariada y los asesinatos en los puestos de trabajo? ¿Con la obediencia y sumisión con la que nos adoctrinan en la escuela? ¿Con las cárceles, centros de menores y CIES? ¿Con el machismo, el racismo o el fascismo? ¿Tolerantes con la autoridad que atraviesa esta sociedad infecta? No. No somos ni seremos tolerantes con un sistema que nos condena y nos roba la vida por el simple hecho de existir. No queremos formar parte como eslabón en sus cadenas. Rompámoslas. Ataquemos este mundo de tristeza y obediencia que nos somete a vivir bajo los intereses de unos pocos.

 

 

¡CONTRA TODA AUTORIDAD, POLÍTICXS A LA HOGUERA!

¡MUERTE AL ESTADO!

¡VIVA LA ANARQUÍA!

[1] Merece la pena reflexionar sobre la figura del “ciudadano”, para nada exenta de una fuerte carga ideológica sistémica, en tanto rol e identidad que asume un papel de obediencia y sumisión como sostenedor de un sistema de dominación, como lo es la democracia.

[2] Falsa bidireccionalidad de la “libertad de expresión”, decimos, ya que es un hecho que unos pocos lobbys mediáticos controlan la información y la capacidad de comunicarla, y el resto, queda acallado y sepultado por el “ruido mediático” y su insignificante capacidad de hacerse un hueco en la sociedad de la información.

[3] A este propósito, ya comentaban lxs compas del Grupo Bandera Negra, en el texto “Esperanza Aguirre, clase política, muerte y medios de comunicación” en un suceso parecido pero con Esperanza Aguirre de protagonista: “…los medios de comunicación son grandes emporios empresariales con intereses propios como empresas que son. Dependiendo de sus intereses económicos, a qué sector de la población se dirijan y con que grupos políticos mantengan relaciones se determinará en su conjunto la línea editorial del periódico, televisión o radio. Medios progresistas o medios conservadores –las dos ópticas de los medios burgueses- pretendían sacar rédito político a la acción”.