2018: La democracia te vigila

Ser gobernado es estar bajo la vista, la inspección, el espionaje, la dirección, la regulación, la numeración, el enlistamiento, el adoctrinamiento, la predicación, el control, la medición, la valoración, la censura y el mando de criaturas que no tienen ni el derecho, ni la sabiduría ni la virtud para hacerlo […] Ser gobernado es ser en cada operación, en cada transacción, anotado, registrado, inscrito, tasado, timbrado, medido, numerado, evaluado, patentado, autorizado, amonestado, proscrito, reformado, corregido y castigado. Es ser, bajo el pretexto de la utilidad pública y en nombre del interés general, supeditado a la contribución, entrenado, redimido, explotado, monopolizado, extorsionado, exprimido, mistificado, expoliado; luego, a la más mínima resistencia, la primera queja, ser reprimido, multado, despreciado, acosado, rastreado, abusado, golpeado, desarmado, estrangulado, apresado, juzgado, condenado, ejecutado, deportado, sacrificado, vendido y traicionado; y como guinda del paster, burlado, ridiculizado, ultrajado, deshonrado. Eso es el gobierno; eso es la justicia; ésa es su moralidad.

Proudhon

Las distopías, como género literario o cinematográfico, han servido desde hace siglos en gran medida para hacer un crítica sociopolítica utilizando elementos de control y vigilancia futuristas; un urbanismo diseñado cuidadosamente para generar mayor sumisión; una ingeniería social que administra las relaciones, el nacimiento, la muerte, la enfermedad y la salud; una delineación clara de los tiempos de trabajo y ocio, también atravesada por el uso de las drogas; y, finalmente, una casi desaparición de la persona en favor de la institución. Las instituciones, bien sean religiosas o supuestamente laicas, han sido desde su nacimiento una suerte de animal mitológico: una estructura mítica que permite ser adorada, que está más allá de todxs nosotrxs, ya sea como individuos o como colectivo, y que encarna las ansias de eternidad.

Si ahora mismo recorremos las distopías, de Un mundo feliz a Black Mirror pasando por 1984, ya no podremos distinguir cuáles de los elementos mencionados son parte de un escenario de ficción y cuáles forman parte de nuestra realidad cotidiana. Normalmente hemos asociado (bueno, siendo sincerxs, nos han hecho asociar mediante los mass media y la escuela) sociedad hiper-vigilada y controlada con régimen político totalitario, en el sentido de dictadura (ausencia de elecciones y de separación de los sacros poderes político, judicial y administrativo). Caer en esta asociación simple es obviar la esencia de cualquier gobierno, democrático o no: gobernar.

EL ARTE DE GOBERNAR

Desde diversos sectores se viene negando la existencia de clases sociales. No solo es por la conveniente creación de la categoría ‘clase media’, sino que las estructuras empresariales hiper-jerarquizadas en las que se dan miles de pequeños cargos haciendo que todxs quienes los ocupan se crean pequeñxs jefxs con un papel importante en una importante empresa (aunque sea por ser el encargado de regar el cactus de la oficina), ayudan a mantener esta concepción. No no engañemos, la línea para delimitar quién es clase obrera y quién no nunca ha estado claramente definida, aunque el duela a los intelectuales de academia, ni falta que hace. Bakunin ya hablaba de ello en sus Escritos de Filosofía Política:

Las diferencias de clase son reales a pesar de la falta de delimitaciones claras. En vano intentaríamos consolarnos pensando que este antagonismo es ficticio y no real, o que resulta imposible trazar una línea clara de demarcación entre las clases poseedoras y las desposeídas, ya que ambas se mezclan a través de muchos matices intermedios e imperceptibles. Tampoco existen tales líneas de delimitación en el mundo natural.

Por mucho que la sociología y la psicología intente encasillar todo, no existen tales líneas y mucho menos cuando hablamos de personas. A pesar de ser imposible delimitar, por ejemplo, cuándo unx pasa ser viejx y que cada casa particular sea bien distinto, no por ello negamos la existencia de la vejez.

No obstante, no tiene tanta importancia enredarse en discusiones sobre la Clase Obrera en mayúsculas, reforzando un discurso obrerista y casi mesiánico en el que parece que un obrero (hombre, por supuesto) del metal es la única esperanza para la Revolución (también en mayúsculas). Nos parece más importante abstraerse un poco a lo que significan las diferencias económicas y hablar de algo que está en su base: que hay oprimidos y opresores. Y, hablando de gobiernos y de sus usos (y disgustos) sociales y políticos: gobernantes y gobernados.

Como decíamos al principio, al margen del tipo de gobierno que tengamos que sufrir y las diferencias que entre estos pueda haber (y no negamos que pueda haber tanto diferencias sutiles como significativas), como gobierno su misma esencia está en gobernar la población: administrar la vida y mantener la paz social. La paz social: esa quimera gracias a la cual se mantiene el orden establecido; supuesto interés de la voluntad general, llamada así por los defensores del contrato social, y, además de todo esto, una completa ilusión.

La paz social en la que vivimos no es paz, vivimos bajo una violencia constante. El trabajo asalariado nos impone unos horarios insoportables y volcar toda nuestra energía a cambio de dinero para sobrevivir y para tener quizá un pedacito de ocio que nos permita mantenernos cuerdxs. El colegio, el instituto y la universidad nos doblegan a los mismos horarios del trabajo asalariado a cambio de la promesa de un futuro mejor, de ascenso social y comodidades que nunca llegará; siendo esta educación sólo la garantía de tener futurxs obrerxs más o menos cualificadxs según las necesidades de la producción.

Y así nuestras vidas se repiten un día tras otro; en pisos que casi no podemos pagar, en ciudades pensadas para los coches y el consumo en vez de para que podamos relacionarnos entre nosotros, sufriendo el machismo y el racismo institucional y por parte de muchxs de nuestrxs iguales. A quienes se atrevan a salir de esta constante subida de Sísifo a ninguna parte, el contrato social (o laboral) les reserva el ostracismo y la violencia por parte del Estado. O trabajas o no tienes dinero, o estudias o no tendrás trabajo. La supuesta libertad y el supuesto pacto entre dos partes que implica el trabajo es la mentira mil veces repetida, porque aunque nadie empuje tu mano para firmar el contrato no existe otra opción si quieres vivir.

El contrato social es mucho más abstracto y se basa en la voluntad general. Una firma de la paz social a cambio de seguridad para todxs y protección. Es la misma lógica de la mafia, que extorsiona tus servicios y, generosamente a cambio, te ofrece su protección. No hay manera de escapar de ello: nacimos ya condenados desde el nacimiento en este país sin que nadie nos preguntara si queremos ser parte de este Estado democrático, sin que nadie nos preguntara si queremos firmar este contrato o cuál es nuestra voluntad propia. Antes de que tengamos esta voluntad, ya la tenemos subsumida: ya tenemos marcado qué debemos hacer durante toda nuestra vida…trabajar, consumir, respetar las leyes que nos obligan a ello.

Violencia simbólica, que es este tipo de violencia que nos obliga y somete sin cadenas, y violencia en bruto, es la base del Estado (sea del tipo que sea). Poder elegir distintos partidos políticos (aun cuando se podría decir mucho del proceso electoral) no menoscaba de ninguna manera estos fundamentos que son los que nos mantienen gobernadxs, sea por quien sea.

LAS HERRAMIENTAS DE GOBIERNO

Las formas de gobernar han ido cambiando. Esto no quiere decir que sean mejores, solo que ahora son menos visibles, más sutiles, ya que esto genera menos resistencia. El control aumenta: el gobierno pretende no ya castigar el delito (delito que muchas veces viene condicionado por nuestro miserable modo de vida) sino preverlo. Para preverlo, es necesario registrar el movimiento de todxs sin excepción.

Y con la excusa de la prevención de delitos como asesinato (sabiendo que por ello la mayor parte de la sociedad estará de acuerdo), ya tenemos la oportunidad para perseguir de forma estrecha la disidencia, la resistencia y la solidaridad frente a este sistema que nos condena a la miseria. Ya que estamos, que no pierden tampoco la oportunidad para vendernos, para vender nuestros datos y no sólo gobernarnos y vigilarnos, sino también sacar dinero con ello.

– Cámaras, análisis biométricos y drones

Cada vez son más las cámaras que nos vigilan. En un principio pensadas para proteger lugares públicos o sitios con riesgo de ser objetivos de atentados, robos o diversos ataques, como aeropuertos, museos y demás. Ahora las cámaras están por todos los lugares: universidades, calles transitadas de nuestros barrios sin nada relevante que proteger, plazas donde juegan lxs niñxs…

Todos nuestros movimientos, los más cotidianos y simples como ir a comprar el pan, están siendo grabados. No se persigue ya el delito aún no cometido, se está persiguiendo la propia vida. La función que ha tenido la colocación de cámaras por todo Lavapiés, de la mano de las continuas redadas, es obvia: perseguir a personas que no han nacido en este trocito de tierra y a quienes el Estado les niega la vida, y no hablamos metafóricamente visto los asesinatos por parte de la policía en Lavapiés.

La misma función cumplen los drones en las fronteras, aparte de los usos que se está haciendo de ellos con finalidades militares en territorios de guerra. El control de las fronteras mediante drones es el perfeccionamiento de algo que ya se estaba dando desde hace tiempo, pero un perfeccionamiento que por sus nuevas técnicas implica una cosmovisión distinta: una en la que lo natural no solo es delito, sino que es imposible. Incluso Estados democráticos recogen en su código penal elementos que son contraproducentes para ellos pero entienden como parte de la naturaleza humana, por ejemplo, el intento de fuga cuando se le quita a alguien la libertad. La libertad de movimiento, como la migración, puede no ser un derecho pero es un hecho: la gente cambia de lugar de residencia, sobre todo cuando vienes de un país en guerra o condenado por el modo de vida capitalista globalizado a la pobreza. El paso que se está dando intentando controlar cada metro de las fronteras a cada minuto no es mantener que algo no sea un derecho, sino algo muy típico de la sociedad en la que vivimos: cambiar la misma realidad, forzándola a adaptarse a intereses ajenos a nuestra vida.

El análisis biométrico es consecuencia de esta videovigilancia constante. El análisis biométrico es el reconocimiento de las personas en base a sus rasgos físicos: la cara, el iris, el ADN, la forma del cuerpo, la voz, o las ya muy usadas huellas dactilares. Esto implica que la grabación o muestra debe ser comparada con datos ya recogidos en una base de datos, por lo que todos nuestros elementos más íntimos deben estar registrados en manos de quienes nos gobiernan para facilitar esta labor.

Por otro lado, implica que alguien debe hacer el programa informático que se encarga de esa comparación. Un software privativo, lo cual quiere decir que es cerrado, que no conocemos sus procedimientos de comparación y validación ni la fiabilidad de los algoritmos que usa. Este software será desarrollado por empresas al servicio del interés militar y de defensa, una relación estupenda en la que el gobierno obtiene herramientas de control y la empresa privada beneficios a cambio. Nosotrxs, como afectadxs por esta tecnología, no podemos objetar ni apelar nada ante ello. Esto presenta una vulneración de derechos: ¿qué porcentaje de coincidencia biométrica es necesario para que sea verdad? ¿un 30%, un 60%? ¿qué podemos justificar nosotros ante una acusación que no sabemos en base a qué se hace? El Estado de derecho se desenmascara así: los derechos son pequeñas concesiones hechas para aplacar la posible resistencia ante un gorbierno totalitario, ya que controla todas las facetas de nuestra vida siendo esto una carencia absoluta de libertad. Cuando se pueden aplacar las luchas de formas más efectivas que con la supuesta concesión, es obvio que se optará por ello porque derechos o ausencia de ellos en un Estado no son más que intentos de gobernar más y mejor, siendo éste el interés último.

Si las formas disciplinarias y para conseguir obediencia se hacen cada vez más sutiles, como señalábamos antes, ésta es la perfección de esa premisa. El Estado nos puede acusar de un delito, las empresas corroborarlo y nosotrxs ser completamente ajenxs al proceso.

– Análisis de ADN

Como decíamos, el análisis del ADN es parte de los análisis biométricos, una que cada vez va alcanzando mayor importancia porque la coincidencia de ADN parece ser presentada por la ciencia hegemónica como una verdad incuestionable.

Las compañeras de Solidaritat Rebel, a raíz del caso de nuestra compañera presa en Aachen que se vio sujeta a este tipo de análisis de ADN y a la que queremos mandar toda nuestra solidaridad, tienen una crítica exhaustiva y muy potente. Nos explican de manera crítica y asequible en qué se basan las pruebas de ADN, qué nivel de coincidencia puede llegar a tener y qué significa esto, la necesidad de una Base de Datos con nuestro ADN y lo que ello supone y la posibilidad de resistirnos ante una petición policial de toma de muestra de ADN. En el fanzine Exclusión, que encontramos en su web, podemos leer buena parte de todo esto:

https://solidaritatrebel.noblogs.org/files/2016/07/exclusi%C3%B3n.pdf

Entre otras cosas, nos dicen:

El análisis de ADN es comparativo. Esto quiere decir que se busca una coincidencia entre dos muestras diferentes. Pero esta coincidencia es difícil que sea del 100%. La calidad del análisis depende del estado de las muestras iniciales, del estado de ellas y del tipo de células de las que se extrae, del tipo de ADN, de la contaminación, del proceso de extracción y purificación, de clonación, de secuenciación..

Como se ha visto en el apartado de “Muestras”, hay ciertas muestras que recogen en el escenario que sea que tienen más o menos dificultad de obtener una buena calidad de ADN, que necesitan un proceso más o menos delicado con su respectivo coste económico, etc.

Por lo tanto, hay muchos factores que influyen y siempre un margen de incertidumbre. Lo que se hace es presentar el porcentaje de coincidencia entre dos muestras, y dependiendo de la legislación de cada Estado y demás burocracias se determina un límite u otro.

Así, dependiendo de esto en los juzgados se acepta como coincidencia a partir de un porcentaje dado. Realmente una coincidencia que no sea del 100% siempre será una interpretación que no será, científicamente hablando, del todo objetiva.

Y aunque sea del 100% también pueden haber factores que alteren el análisis, y aunque el porcentaje de error sea mínimo, siempre hay una cierta probabilidad de que no sea exacta, por muy pequeña que sea, y se considere negligible en relación a la medición.

Sea como sea no deja de ser una interpretación en base a lo que se conoce hasta ahora sobre el ADN y los intereses por los que se rige. Al fin y al cabo la ciencia occidental es un instrumento del poder y responde a sus intereses.

– Big Data

Hemos dejado caer a lo largo del texto la necesidad de la existencia de Bases de Datos para que estos mecanismos de control puedan ser utilizados. Un debate importante sería pensar en base a qué criterios estaría supuestamente justificado la inclusión de nuestros datos en estos registros o, mejor dicho, si esto puede estar justificado en algún caso. Incluso si nos centramos en el caso con el que la mayoría de la gente estaría de acuerdo, a saber, el del registro de personas que ya han cometido delitos, esto solo significa la reducción de nuestra persona a la inocencia o la culpabilidad. Si ya hemos sido culpables, hay sospecha justificada de que volveremos a serlo; si somos inocentes, no tendremos nada que ocultar. Nuestra vida entera, pública y privada, y nuestra intimidad se ve reducida a estas dos categorías judiciales impuestas por el sistema. Y además muchxs de nosotrxs debemos a sumir que por estar en contra del mismo ya somos culpables ante sus ojos.

Pero el Big Data va más allá. La recolección y gestión de millones y millones de datos sobre nosotrxs, aunque sean los más insignificantes, se está convirtiendo en la punta de lanza tecnológica y empresarial del momento. La lógica es sencilla: si conseguimos todos los datos que podamos sobre una persona, averiguamos sus posibles intereses, nos adelantamos a sus acciones mediante árboles de decisión y sabemos qué tenemos que venderle y cuándo y si es confiable para el Estado y hasta qué punto.

¿De dónde se sacan estos datos? Pues de absolutamente todo. Tu código postal identifica en qué barrio vives y, para muchas empresas, la posibilidad que tienes para asumir un préstamo o un pago a plazos. Las redes sociales dan una estupenda visión de tus relaciones y de tu personalidad. Las apps que te descargas en el móvil, la mayoría de ellas gratuitas, tienen acceso a tus contactos, tus fotos y demás contenido de tu móvil; y todo esto es vendido a empresas mayores como Google o Amazon que mediante ubicaciones pueden saber por dónde te mueves y qué recomendarte. Lo mismo ocurre con las páginas webs por las que navegas: el dichoso mensaje en pop-up siempre presente sobre el aviso de uso de cookies, por mucho que haya páginas web que se esfuercen por presentárnoslo de manera amable y graciosa, significa que un porcentaje de información de las páginas a las que entramos se queda en nuestro navegador web propio y la siguiente página por la que naveguemos puede tener acceso a ello. Eso quiere decir que Facebook tiene acceso a que hemos mirado una página sobre vuelos a Praga y….¡zas! Toda nuestra publicidad pasa a ser de hoteles en Praga y nuestras sugerencias en Instagram de cuentas de viajes por Europa. O bien hemos buscado clases de guitarra en Google y no paramos de ver ofertas de guitarras en todas las páginas en las que entramos.

Nuestra experiencia de todo es perfilada, grabada y en base a ello se pasa a perfilar las que deberían ser nuestras experiencias futuras en base a ella: nuestra libertad de elección reducida al catálogo de sugerencias de lo que ya hemos visto en internet. Nuestro futuro ya registrado para su análisis de presunta culpabilidad antes de que lo hayamos vivido. Y todo al servicio y poblando tablas y tablas de bases de datos de personas que no conocemos.

Las pulseras desarrolladas por Amazon para controlar a sus trabajadores en base al pulso, sabiendo así si están descansando o trabajando. La revisión por parte de EEUU de las redes sociales de todxs quienes quieran entrar en el país aunque sea para visitarlo. La calificación numérica social que quiere usar China para permitir a sus habitantes viajar o no. El Big Data tiene consecuencias nefastas sobre nuestras vidas; y la principal es que el control se vuelve ten estrecho que dejan de ser nuestras.

– Urbanismo

El urbanismo ha sido desde hace tiempo una pieza importante para el poder. El barón Haussman ya en el siglo XIX cambió toda la estructura urbanística de la ciudad de parís: dándole centralidad a los avances tecnológicos como el ferrocarril y dejando el centro de la ciudad para los intereses económicos, desplazó a lxs obrerxs a la periferia y pensó las calles y la distribución de las mismas para evitar la colocación de barricadas y las revueltas. Arturo Soria intentó hacerlo propio en Madrid.

En la actualidad, vivimos procesos de gentrificación y turistificación, que hacen de la ciudad una marca de consumo en la que las plazas y los lugares de encuentro no-consumidor van en detrimento y en algunos casos han desaparecido completamente. Esto va a la par del encarecimiento de los pisos y de los elementos necesarios para la supervivencia, lo cual nos desplaza nuevamente a la periferia, aumentando el tiempo que tenemos que invertir en ir al trabajo o simplemente vernos para seguir manteniendo nuestras relaciones sociales. Un urbanismo pensado para el aislamiento, también algo conveniente para evitar revueltas: nos echan de nuestras casas, nos alejan de nuestros amigos, dificultan las labores de crianza y nos hacen dependientes de transportes que encarecen cada vez más para sacar aún más beneficio de esta situación. Siendo, a su vez, cada vez más sencillo controlar nuestros pasos, bien sea gracias a cámaras o helicópteros que tienen una visión perfecta de las calles porque están pensadas para ello, bien sea porque saben que los pobres sólo podemos vivir en determinados barrios.

RECUPERA TU VIDA

No esperamos nada de esta democracia, es el sistema totalitario mejor pensado gracias a repetir mil veces a lo largo de la historia que es el gobierno del pueblo. No queremos ser gobernadxs por nadie, porque cualquier forma de gobierno implica sumisión y control. No queremos que midan nuestras acciones para predecirlas, porque nos parece un abuso inadmisible que niega nuestra individualidad y nos convierte en presxs. No queremos que nos reduzcan a ser inocentes o culpables porque negamos la categorización hipócrita de este sistema; y, en cualquier caso, si luchar contra este sistema de miseria que nos niega la posibilidad misma de existir está tipificado como delito, obviamente seremos culpables sin vergüenza alguna de serlo.

Ni gobernadxs ni gobernantes, ni amxs ni esclavxs, ni culpables ni inocentes: siempre anarquistas contra el Estado, la democracia y cualquier tipo de autoridad.

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