HUELGA GENERAL: MITO Y ELECTORALISMO VS HERRAMIENTA DE LUCHA Y DE REVOLUCIÓN

La acción directa ejercida por la organización del trabajo tiene en la huelga general su expresión más acusada, es decir, la paralización del trabajo en cada ramo de la producción simultáneamente, para la resistencia organizada del proletariado con todas las consecuencias que de ello se derivan.

Introducción

Rugen ruidos de huelga general a lo ancho y largo del Estado español. Lo curioso resulta, que no son las asambleas obreras en los centro de trabajo quienes calentaban el ambiente. El origen de los rugidos se encontraba en aquellos interlocutores que robaron la voz de los trabajadores y se impusieron como representantes suyos: las burocracias sindicales; amplificado y retransmitido su sonido por los medios de comunicación de masas.

Una nueva representación folclórica de lo que hasta hace no mucho era una muestra de las fuerzas con las que contaba la clase obrera y una de sus herramientas de lucha más poderosas. El objeto de este paro de 24 horas es otra reforma laboral, donde lo importante, no es ni siquiera parar este atentado contra las ya pésimas condiciones de trabajo, sino exigir una negociación entre los sindicatos mayoritarios, CCOO y UGT, y el gobierno.

El amplio abanico de grupos de izquierda minoritarios por su parte, intentan arrancar algún trozo del pastel que las dos grandes centrales sindicales acaparan. Allí donde tienen cierta fuerza –canalizada a través de algún nacionalismo periférico- actúan bajo las mismas fórmulas que CCOO y UGT, es decir, el mismo modelo sindical delegacionista y subvencionado, donde son las cúpulas dirigentes las que llaman a los trabajadores a secundar un paro de 24 horas. El resto de grupúsculos marxistoides y/o ciudadanistas convierten la huelga general en un fin, sin pararse a reflexionar ni un minuto, en el para qué, en el cómo y en el sentido de la idea de huelga general. Lo dicho, más de lo mismo, con un discurso más radical, pero siempre bajo las mismas fórmulas continuistas con el modelo imperante.

La huelga general como herramienta de lucha de los trabajadores

El anarquista alemán Rudolf Rocker, explica muy bien en el libro Anarcosindicalismo: teoría y práctica las distintas motivaciones que puede tener una huelga general. Lejos de doctrinarismo sin sentido, creemos que viene a resultar un análisis muy acertado sobre las bases sólidas sobre las que asentar los objetivos de una huelga general.

En un primer lugar, una huelga general podía obedecer a razones solidarias, donde los trabajadores paraban la producción con el fin de apoyar una reivindicación de algún sector obrero. La huelga se inicia por alguna reivindicación que hacen como suya todos los trabajadores independientemente de su ramo de producción o servicio. La clase trabajadora pone en marcha su principal fuerza: la solidaridad.

Una huelga general, puede tener como fin la presión sobre la patronal y el Estado para lograr alguna reivindicación concreta, tomando como ejemplo el caso de la reivindicación de las 8 horas de trabajo semanal. Y por supuesto, una huelga general puede ser una respuesta a un ataque contra la clase trabajadora en forma de ley, despidos, rebaja de jornales…

Sin embargo, la huelga general no solo juega un papel importante en el plano de las reivindicaciones económicas, sino que tiene la capacidad de influir en otros aspectos político-sociales. Puede servir para parar una guerra, como en el caso de la huelga general que Cataluña vivió para frenar la guerra de Marruecos en 1909 (La “Semana trágica”), para derrocar a un gobierno, liberar a unos presos políticos. En definitiva, como principal herramienta para intervenir en la vida social y política del momento histórico en el que la huelga se produce.

Por último, la huelga general, puede suponer el chispazo inicial de una insurrección. Una huelga general puede transformarse en una huelga de carácter revolucionario, y así ha pasado en muchos acontecimientos históricos. En España, tras el levantamiento fascista de 1936 se produjo como respuesta una llamada a dejar los puestos de trabajo y empuñar las armas para acabar con la militarada, derivando en un proceso inconcluso, pero de revolución social al fin y al cabo.

Rasgos comunes de las huelgas generales en la historia.

En todas y en cada una de sus formas, podemos observar como común denominador que dicha convocatoria tiene como principal rasgo el concepto de “indefinida”. Y con indefinida nos queremos referir a que esta se acaba o bien cuando se consiguen los objetivos marcados o bien cuando los trabajadores han sido derrotados. Es la victoria o la derrota. Derrotas parciales quizás, pero nunca una derrota anticipada como vienen siendo las huelgas generales de hoy en día.

En cuanto a su “convocatoria” o su estallido, encontramos una abismal diferencia con cómo sucede en la actualidad. Las huelgas generales no se gestaban en los despachos de los burócratas sindicales, se gestaban en los centros de trabajos, en los tajos. Las asambleas se reproducían en fábricas, campos y talleres, y lo que podía empezar siendo una huelga por el despido de unos compañeros, podía tornarse en un paro general que afectaba a toda la actividad productiva de una región o país, extendiéndose de forma similar al desarrollo de virus letal que afecta a todo un organismo.

Los trabajadores decidían en las asambleas de fábrica, y los Sindicatos eran una herramienta que construían los trabajadores mismos para organizarse más eficazmente. En el anarcosindicalismo, los trabajadores del campo y la ciudad encontraban la síntesis de un proyecto revolucionario con aspiraciones de transformación social y una herramienta de lucha válida para lograr mejores condiciones de vida ante sus carencias y necesidades. O bien no existía, o bien se combatía dentro del propio anarcosindicato cualquier vestigio de dirigentismo, verticalización en la toma de decisiones o burocratización.

La clase obrera era un ente más o menos consciente de su condición, abundaban los vínculos de clase y por supuesto, la experiencia en los militantes obreros se hacía notar en todos los conflictos. Eran tiempos de ofensiva. La represión o los distintos retrocesos lejos de acogotar al movimiento obrero le hacían resurgir con mayor experiencia acumulada. Las huelgas generales solían tener un carácter ofensivo, de conquista.

Los trabajadores eran conscientes de que las urnas y las instituciones eran terrenos de juego hostiles y ajenos a sus intereses. Sabían que eran la base del entramado económico del capitalismo, y era su forma de intervenir en la vida política y social del momento. Este enfrentamiento histórico se iba a saldar con la desastrosa derrota del movimiento obrero y su descomposición como clase.

La huelga “espectáculo”.

La huelga general no existe sino como espectáculo y su organización corre a cargo menos de los aparatos sindicales que de los medios de comunicación. Ellos la convocan, ellos la retransmiten y ellos le ponen punto final apartando las cámaras. Allí sólo caben los actores: los líderes son realistas; los huelguistas, responsables; las autoridades, dialogantes; las peticiones, justas; las consignas, moderadas; los piquetes, informativos, y, por fin, los incontrolados, lamentables.

Tras el conflicto bélico que asoló Europa en la década de los años 40 y el surgimiento de los dos bloques “soviético” y “capitalista” se produjo una profunda transformación social y económica que afectó a todos los ámbitos relacionales de los individuos y de los sujetos colectivos, que aún perdura en nuestros días.

La doctrina económica del keynesianismo creaba una perfecta simbiosis entre Capital y Estado, donde las relaciones entre ambos se acrecentaban hasta convertirse totalmente dependientes el uno del otro. La “sociedad del bienestar” disolvió los vínculos de clase, creando individuos aislados los uno de los otros, los trabajadores pasaron a ser “consumidores”, donde hasta el ocio, el tiempo y otros conceptos abstractos eran mercancía a consumir.

La tradición de lucha y combatividad del movimiento obrero, fue suplantada por gestores del descontento; los Sindicatos oficiales eran interlocutores sobre los que delegar, tenían un papel dentro del propio sistema. Este proceso sufrió un pequeño paréntesis en la década de los años 70, bajo las fórmulas de la autonomía obrera o el resurgir del anarcosindicalismo español, aplacada en la década posterior y prácticamente reducida a la categoría de anécdota tras la caída del bloque soviético.

Sin embargo, siguieron dándose ataques contra los trabajadores en muchas y distintas formas. Algunos eran consentidos y tratados como “victorias” de los Sindicatos oficiales, y la voz disidente, aunque muy digna, era silenciada.

Pero ante situaciones de crisis, paro masivo, y la pérdida del estatus de comodidad de la clase media, los Sindicatos debían (y deben) presentarse a ojos de los trabajadores como una herramienta aún válida que defienda sus intereses. Es entonces cuando se dan distintas representaciones de lo que debería ser un conflicto real. En este texto nos centraremos en el caso de los simulacros de huelga general.

Nada de asambleas en los centros de trabajo. Las huelgas se gestan en los despachos de los dirigentes sindicales. Ellos dicen cuándo a través de los mass media. Hace un par de décadas, los Sindicatos oficiales jugaban un papel clave a la hora de establecer los reajustes económicos que el mercado exigía. Se encargaban de canalizar el descontento social, hacer un paripé con un paro de 24 horas y firmar lo que se les pusiera delante, vendiéndolo como una victoria. Después de la huelga, aquí paz y después gloria. Todo volvía a la normalidad. El saldo represivo lo asumían los incontrolados que intentaban superar el guión oficial, siendo ignorados por los medios de comunicación. La supuesta lucha se paralizaba a ojos de los medios de comunicación. Dejaba de existir. Vuelta a la asquerosa normalidad. Solo pequeños grupos minoritarios procuraban continuar con una lucha perdida antes de comenzar.

Sin embargo, el brutal avance del neoliberalismo implica un reajuste total en la propia estructura de dominación, de la cual los Sindicatos de Estado eran partícipes. Este cambio, afecta a pasos agigantados a los pilares del Estado del Bienestar, y sin lugar a dudas, los Sindicatos oficiales ven peligrar su status. La huelga no es el fin, es el medio para conseguir lo que hasta ahora no hemos logrado: que el Gobierno se siente a negociar decía el

Secretario General de CCOO. No importa ya parar la reforma laboral, lo que importa es restablecer el papel negociador de los Sindicatos. Los Sindicatos oficiales buscan proteger sus intereses y sus cotas de poder, y para ello mueven a su antojo a los trabajadores, con patéticas profesiones y demás parafernalia barata. La convocatoria de huelga de los Sindicatos solo busca recuperar su papel funcional dentro del sistema: control y asfixia del movimiento obrero.

La huelga en sí, en tanto que paralización de la actividad productiva en distintos ramos, ha cambiado con respecto al pasado. Lo importante es la cobertura mediática que esta tenga. Cuentan las cifras de movilización, donde los distintos medios de comunicación dependiendo de la tendencia política que tengan luchan entre sí en la denominada “guerra de cifras”. Las huelgas se hacen para salir en la televisión. Los tertulianos, programas de actualidad y demás espacios televisivos centran un tiempo la atención en el asunto, mediante entrevistas a dirigentes sindicales o patronales, columnas de opinión o debates días antes de la huelga, después se retransmite el suceso donde cada parte desempeña su papel asignado (hacemos referencia a la introducción de este apartado de Miguel Amorós), para que después se haga una valoración por las distintas partes, sindicatos-oposición y patronal-gobierno. La función ha terminado.

La “izquierda” y la lucha… por las migajas

Y es que no tiene otro nombre. Multitud de Sindicatos minoritarios, el 15M, colectivos de distinta índole y en fin, los denominados “movimientos sociales”, fiel a su incapacidad para generar cualquier oposición seria al sistema, continúan con su estrategia de seguidismo a las distintas modas que la “actualidad” impone.

La izquierda extraparlamentaria o como se quiera llamar, ha contribuido a convertir la huelga general en algo vacío de contenido. ¿Qué se pretendía con esta convocatoria, aún si no hubiera sido convocada por CCOO y UGT a nivel estatal? Pura propaganda. Pero en ningún caso una herramienta para tirar la reforma laboral. Propaganda para todos aquellos grupúsculos que a pesar de lo mucho que se empeñen en mostrarnos las diferencias que tienen con CCOO y UGT, avalan su modelo sindical basado en el delegacionismo y el parlamentarismo –elecciones sindicales y comités de empresa- y reciben su parte de papá Estado a través de subvenciones. La huelga para estos grupos tiene como objetivo arañar votos a través de la movilización de los trabajadores, ya sean en el plano de los partidos políticos o en la representación sindical. Los pequeños solo aspiran a ser como los grandes, mismas estrategias, mismos fines: obtener un pedazo del pastel acaparado por PSOE, IU, CCOO y UGT y un planteamiento político-ideológico de reforzamiento del Estado, como garante de los derechos y libertades. Más leña al fuego de la farsa del Estado del Bienestar.

Fieles a la estrategia frentista, bajo la falacia de la “unidad” estos grupos diluyen la ideología revolucionaria vaciando de contenido transformador cualquier método de lucha. La huelga por tanto no es ajena a este “vacío de contenido”. La huelga general se ha convertido en un fin, no en una herramienta de lucha: un fin mediante el cual hacer referencia a la organización de turno, rascar votos para recordarles a los hermanos mayores (CCOO, UGT…) que también quieren su parte en la representatividad de los trabajadores.

¿De qué sirve luchar convocando un solo día de huelga? Y esta pregunta va dirigida a aquellos militantes de buena fe, tanto para dentro del movimiento libertario como para todo aquel que ponga su atención en este texto. En nuestra opinión, solo se consigue un desgaste innecesario de nuestras mermadas fuerzas, a través de un tremendo esfuerzo propagandístico en las calles. Un desgaste que se salda con cientos de detenidos con la

consiguiente espiral de acción-represión al que acabamos encadenados. Y por supuesto un gran “palo” a la moral de la clase trabajadora, que dado la falta de resultados, acaba por no ver la utilidad a la herramienta huelguística.

Que no se nos diga que sirve para “medir” nuestras fuerzas o para mostrar nuestra disconformidad a la clase dirigente. Lo primero, porque ya debemos ser conscientes de que nuestras fuerzas son débiles y existen otros medios para intentar “medirlas” que no ocasionan este desgaste. Lo segundo porque nuestra disconformidad ya ha sido mostrada a la clase dirigente. Multitudes han salido a las calles y de nada ha servido. Y es que es lógico, el Capital y el Estado no van a ceder un ápice en su ofensiva contra los trabajadores a menos que sean frenados por una lucha auténtica, por un conflicto real.

Algunas pinceladas estratégicas para las huelgas del futuro

Del anterior análisis se desprende una pregunta que una y otra vez los anarquistas nos hemos planteado. Partimos de la base de que hacer de esquiroles, aun con todas las dudas y desprecio que estas convocatorias profesionalizadas nos transmiten, no es una opción. ¿Qué hacer entonces para romper el guión de la huelga “oficial”? ¿Cómo incidir para radicalizarla y que a Sindicatos, Gobierno y Patronal se vean desbordados? Sirvan las siguientes líneas para arrojar nuestro punto de vista, acertado o no.

Las huelgas generales siempre tenían como objetivo la paralización simultanea de varios sectores estratégicos. Ahora la lógica viene a decir -en una economía donde el sector servicios es primordial, y donde la deslocalización del proceso productivo hace que la producción industrial y energética se encuentra diseminan por medio mundo- que el éxito de la huelga, recae en el colapso de las ciudades. Para ello, los objetivos deberían estar claros: paralización del transporte y bloqueo de las vías de comunicación. Parar las grandes industrias que aún quedan, así como otros centros de trabajo, tiene un sentido simbólico, pero en una huelga de 24 horas, esto no debería ser una prioridad.

Por otro lado, somos conscientes que cualquier conflicto sindical y cualquier lucha que los trabajadores emprendan por sus derechos es legítima, a pesar de su “parcialidad”. Por lo tanto, otro prioridad nuestra, como anarquistas, debería ser el apoyo de aquellas empresas donde los trabajadores mantienen un conflicto. De esta manera, podemos ayudar, en este día de huelga a dar un impulso de fuerza a los trabajadores en lucha. No deberíamos hacer distinciones en el apoyo a un conflicto sindical por el Sindicato que esté detrás, siempre que nuestro apoyo vaya dirigido a apoyar a los trabajadores, es decir, a los curritos, y no a liberados sindicales, comités de empresa y demás figuras privilegiadas del sindicalismo oficial.

Dadas las fuerzas que tenemos como movimiento, en nuestra opinión, debemos establecer una nueva prioridad. Debemos dejarnos los cuernos por apoyar a los piquetes de los trabajadores en aquellas empresas donde el conflicto se desarrolle desde la acción directa de los propios implicados. Existen multitud de empresas en conflicto donde los trabajadores han optado por potenciar el conflicto sindical desde la acción no mediada y sin intermediarios, llevados a cabo por el Sindicato anarcosindicalista CNT-AIT, lo que resulta para nosotros una prioridad.

Puede haber grandes disturbios en las calles. No vamos a ser nosotros los que condenemos estos brotes de justa rabia ni un método de lucha tan legítimo como cualquier otro. Pero creemos que una parte del movimiento anarquista, cae a veces en una mistificación de esa parte de lucha. Un día de huelga, es un día estupendo para que prenda la llama y se den grandes choques entre los cuerpos represivos y los manifestantes, pero no podemos olvidar que la lucha contra el sistema debe estar presente a día de hoy en

muchas otras facetas de nuestra vida cotidiana. Las acciones en las calles no deben hacerse para luego ver los videos en el youtube o para pegarse un día de disturbios a la griega.

De igual modo, hemos de aprovechar estos momentos de movilización social como un contexto positivo en el que propagar nuestros posicionamientos y nuestras tácticas de lucha, como la acción directa y el apoyo mutuo. Transmitir a los trabajadores al conjunto de los trabajadores la necesidad de autoorganizarse, sin líderes, ni jerarquías desde la base. Y para ello es vital que carguemos contra todos aquellos que quieren instrumentalizar las luchas de los trabajadores para sus fines electoralistas, denunciando el sindicalismo burocrático sea minoritario o mayoritario.

Debemos lograr que los trabajadores tomen conciencia de la fuerza de la huelga como instrumento de lucha. La idea de huelga indefinida hasta parar la reforma laboral y toda la oleada de recortes que se nos ha venido (y nos viene) encima. Y finalmente transmitir la necesidad de superar definitivamente y de una vez por todas el actual régimen socioeconómico basado en la explotación del ser humano por el ser humano y la construcción una sociedad donde ninguna fórmula de dominación tenga cabida, se presente bajo al aspecto que sea.

¡POR LA AUTOORGANIZACIÓN DE LOS TRABAJADORES!

¡POR LA HUELGA GENERAL INDEFINIDA!

¡MUERTE AL ESTADO, A SUS DEFENSORES Y SUS FALSOS OPOSITORES!

¡POR LA ANARQUÍA!

Grupo Bandera Negra – FIJL

Artículo publicado originalmente en El Fuelle nº9: http://www.nodo50.org/juventudeslibertarias/images/pdf/el-fuelle/el-fuelle-9.pdf.pdf