[22-23 sept] Jornadas: La democracia te vigila, sabotéala

El próximo fin de semana del 22 y 23 de septiembre, os queremos invitar a nuestras jornadas de reflexión y lucha “La democracia te vigila, sabotéala”.  Dos días de charlas en los que nos acercaremos a los métodos de control social articulados por la democracia en distintas facetas de nuestra vida y a los mecanismos de resistencia que podemos oponer ante ellos.

 

22 Septiembre 

16:00h – Charla/debate: Tecnología y control social

18:00h – Charla: La vida administrada: progreso tecnológico, libertad y autonomía, con Juanma Agulles

23 septiembre

16:00h – Presentación: Mapa cámaras del barrio (Lavapiés)

18:00h – Charla: La escuela desencantada, pensar las instituciones educativas en el contexto tecnológico y social del siglo XXI, con Jon Igelmo

 

Los dos días contaremos con comedor vegano a las 14h, previo a las charlas, para autogestionar las jornadas.

Nos vemos el 22 y el 23 de septiembre en La Quimera (plaza Nelson Mandela, <M> Lavapiés o Tirso de Molina).

 

 

[9septiembre] Charla: Violencias machistas en los movimientos sociales

 

Los movimientos asamblearios en los que muchas militamos significan para nosotras la esperanza de una vida sin ningún tipo de autoridad, una lucha que sabemos justa y por la que decidimos involucrarnos y también en muchos casos gran parte de nuestra identidad.

Pero el mantenimiento de estructuras patriarcales dentro de los grupos militantes, así como las relaciones de desigualdad y violencia machista que se dan, hace que esa lucha contra toda autoridad se quede lejos de ser realmente contra TODA forma de opresión. Además, lleva a muchas compañeras a alejarse de los entornos, siendo a veces este mismo entorno el que reacciona a los comportamientos machistas y la denuncia de los mismos de una manera que legitima el patriarcado.

Debemos afrontar como colectivo esta crítica, analizando las formas particulares en la que se da este tipo de violencia en nuestros espacios, y articulando por fin un discurso y una práctica acorde a la vida que queremos: sin sumisión ni amos.

Para seguir debatiendo en torno a ello, nos vemos el domingo 9 de septiembre, a las 16h en el CS(r)OA La Quimera, plaza Nelson Mandela <M> Lavapiés o Tirso de Molina. A las 14h tendremos comedor vegano por la autogestión al que estáis todas invitadas!! 

 

[25agosto] Carteo a presxs

 

El próximo sábado 25 de agosto, a las 19h, con motivo de la semana internacional de apoyo a presxs, organizamos una noche de carteo a presxs.

Nos vemos en el Local Anarquista Magdalena (calle Dos Hermanas 11, Metro Tirso de Molina).

2018: La democracia te vigila

Ser gobernado es estar bajo la vista, la inspección, el espionaje, la dirección, la regulación, la numeración, el enlistamiento, el adoctrinamiento, la predicación, el control, la medición, la valoración, la censura y el mando de criaturas que no tienen ni el derecho, ni la sabiduría ni la virtud para hacerlo […] Ser gobernado es ser en cada operación, en cada transacción, anotado, registrado, inscrito, tasado, timbrado, medido, numerado, evaluado, patentado, autorizado, amonestado, proscrito, reformado, corregido y castigado. Es ser, bajo el pretexto de la utilidad pública y en nombre del interés general, supeditado a la contribución, entrenado, redimido, explotado, monopolizado, extorsionado, exprimido, mistificado, expoliado; luego, a la más mínima resistencia, la primera queja, ser reprimido, multado, despreciado, acosado, rastreado, abusado, golpeado, desarmado, estrangulado, apresado, juzgado, condenado, ejecutado, deportado, sacrificado, vendido y traicionado; y como guinda del paster, burlado, ridiculizado, ultrajado, deshonrado. Eso es el gobierno; eso es la justicia; ésa es su moralidad.

Proudhon

Las distopías, como género literario o cinematográfico, han servido desde hace siglos en gran medida para hacer un crítica sociopolítica utilizando elementos de control y vigilancia futuristas; un urbanismo diseñado cuidadosamente para generar mayor sumisión; una ingeniería social que administra las relaciones, el nacimiento, la muerte, la enfermedad y la salud; una delineación clara de los tiempos de trabajo y ocio, también atravesada por el uso de las drogas; y, finalmente, una casi desaparición de la persona en favor de la institución. Las instituciones, bien sean religiosas o supuestamente laicas, han sido desde su nacimiento una suerte de animal mitológico: una estructura mítica que permite ser adorada, que está más allá de todxs nosotrxs, ya sea como individuos o como colectivo, y que encarna las ansias de eternidad.

Si ahora mismo recorremos las distopías, de Un mundo feliz a Black Mirror pasando por 1984, ya no podremos distinguir cuáles de los elementos mencionados son parte de un escenario de ficción y cuáles forman parte de nuestra realidad cotidiana. Normalmente hemos asociado (bueno, siendo sincerxs, nos han hecho asociar mediante los mass media y la escuela) sociedad hiper-vigilada y controlada con régimen político totalitario, en el sentido de dictadura (ausencia de elecciones y de separación de los sacros poderes político, judicial y administrativo). Caer en esta asociación simple es obviar la esencia de cualquier gobierno, democrático o no: gobernar.

EL ARTE DE GOBERNAR

Desde diversos sectores se viene negando la existencia de clases sociales. No solo es por la conveniente creación de la categoría ‘clase media’, sino que las estructuras empresariales hiper-jerarquizadas en las que se dan miles de pequeños cargos haciendo que todxs quienes los ocupan se crean pequeñxs jefxs con un papel importante en una importante empresa (aunque sea por ser el encargado de regar el cactus de la oficina), ayudan a mantener esta concepción. No no engañemos, la línea para delimitar quién es clase obrera y quién no nunca ha estado claramente definida, aunque el duela a los intelectuales de academia, ni falta que hace. Bakunin ya hablaba de ello en sus Escritos de Filosofía Política:

Las diferencias de clase son reales a pesar de la falta de delimitaciones claras. En vano intentaríamos consolarnos pensando que este antagonismo es ficticio y no real, o que resulta imposible trazar una línea clara de demarcación entre las clases poseedoras y las desposeídas, ya que ambas se mezclan a través de muchos matices intermedios e imperceptibles. Tampoco existen tales líneas de delimitación en el mundo natural.

Por mucho que la sociología y la psicología intente encasillar todo, no existen tales líneas y mucho menos cuando hablamos de personas. A pesar de ser imposible delimitar, por ejemplo, cuándo unx pasa ser viejx y que cada casa particular sea bien distinto, no por ello negamos la existencia de la vejez.

No obstante, no tiene tanta importancia enredarse en discusiones sobre la Clase Obrera en mayúsculas, reforzando un discurso obrerista y casi mesiánico en el que parece que un obrero (hombre, por supuesto) del metal es la única esperanza para la Revolución (también en mayúsculas). Nos parece más importante abstraerse un poco a lo que significan las diferencias económicas y hablar de algo que está en su base: que hay oprimidos y opresores. Y, hablando de gobiernos y de sus usos (y disgustos) sociales y políticos: gobernantes y gobernados.

Como decíamos al principio, al margen del tipo de gobierno que tengamos que sufrir y las diferencias que entre estos pueda haber (y no negamos que pueda haber tanto diferencias sutiles como significativas), como gobierno su misma esencia está en gobernar la población: administrar la vida y mantener la paz social. La paz social: esa quimera gracias a la cual se mantiene el orden establecido; supuesto interés de la voluntad general, llamada así por los defensores del contrato social, y, además de todo esto, una completa ilusión.

La paz social en la que vivimos no es paz, vivimos bajo una violencia constante. El trabajo asalariado nos impone unos horarios insoportables y volcar toda nuestra energía a cambio de dinero para sobrevivir y para tener quizá un pedacito de ocio que nos permita mantenernos cuerdxs. El colegio, el instituto y la universidad nos doblegan a los mismos horarios del trabajo asalariado a cambio de la promesa de un futuro mejor, de ascenso social y comodidades que nunca llegará; siendo esta educación sólo la garantía de tener futurxs obrerxs más o menos cualificadxs según las necesidades de la producción.

Y así nuestras vidas se repiten un día tras otro; en pisos que casi no podemos pagar, en ciudades pensadas para los coches y el consumo en vez de para que podamos relacionarnos entre nosotros, sufriendo el machismo y el racismo institucional y por parte de muchxs de nuestrxs iguales. A quienes se atrevan a salir de esta constante subida de Sísifo a ninguna parte, el contrato social (o laboral) les reserva el ostracismo y la violencia por parte del Estado. O trabajas o no tienes dinero, o estudias o no tendrás trabajo. La supuesta libertad y el supuesto pacto entre dos partes que implica el trabajo es la mentira mil veces repetida, porque aunque nadie empuje tu mano para firmar el contrato no existe otra opción si quieres vivir.

El contrato social es mucho más abstracto y se basa en la voluntad general. Una firma de la paz social a cambio de seguridad para todxs y protección. Es la misma lógica de la mafia, que extorsiona tus servicios y, generosamente a cambio, te ofrece su protección. No hay manera de escapar de ello: nacimos ya condenados desde el nacimiento en este país sin que nadie nos preguntara si queremos ser parte de este Estado democrático, sin que nadie nos preguntara si queremos firmar este contrato o cuál es nuestra voluntad propia. Antes de que tengamos esta voluntad, ya la tenemos subsumida: ya tenemos marcado qué debemos hacer durante toda nuestra vida…trabajar, consumir, respetar las leyes que nos obligan a ello.

Violencia simbólica, que es este tipo de violencia que nos obliga y somete sin cadenas, y violencia en bruto, es la base del Estado (sea del tipo que sea). Poder elegir distintos partidos políticos (aun cuando se podría decir mucho del proceso electoral) no menoscaba de ninguna manera estos fundamentos que son los que nos mantienen gobernadxs, sea por quien sea.

LAS HERRAMIENTAS DE GOBIERNO

Las formas de gobernar han ido cambiando. Esto no quiere decir que sean mejores, solo que ahora son menos visibles, más sutiles, ya que esto genera menos resistencia. El control aumenta: el gobierno pretende no ya castigar el delito (delito que muchas veces viene condicionado por nuestro miserable modo de vida) sino preverlo. Para preverlo, es necesario registrar el movimiento de todxs sin excepción.

Y con la excusa de la prevención de delitos como asesinato (sabiendo que por ello la mayor parte de la sociedad estará de acuerdo), ya tenemos la oportunidad para perseguir de forma estrecha la disidencia, la resistencia y la solidaridad frente a este sistema que nos condena a la miseria. Ya que estamos, que no pierden tampoco la oportunidad para vendernos, para vender nuestros datos y no sólo gobernarnos y vigilarnos, sino también sacar dinero con ello.

– Cámaras, análisis biométricos y drones

Cada vez son más las cámaras que nos vigilan. En un principio pensadas para proteger lugares públicos o sitios con riesgo de ser objetivos de atentados, robos o diversos ataques, como aeropuertos, museos y demás. Ahora las cámaras están por todos los lugares: universidades, calles transitadas de nuestros barrios sin nada relevante que proteger, plazas donde juegan lxs niñxs…

Todos nuestros movimientos, los más cotidianos y simples como ir a comprar el pan, están siendo grabados. No se persigue ya el delito aún no cometido, se está persiguiendo la propia vida. La función que ha tenido la colocación de cámaras por todo Lavapiés, de la mano de las continuas redadas, es obvia: perseguir a personas que no han nacido en este trocito de tierra y a quienes el Estado les niega la vida, y no hablamos metafóricamente visto los asesinatos por parte de la policía en Lavapiés.

La misma función cumplen los drones en las fronteras, aparte de los usos que se está haciendo de ellos con finalidades militares en territorios de guerra. El control de las fronteras mediante drones es el perfeccionamiento de algo que ya se estaba dando desde hace tiempo, pero un perfeccionamiento que por sus nuevas técnicas implica una cosmovisión distinta: una en la que lo natural no solo es delito, sino que es imposible. Incluso Estados democráticos recogen en su código penal elementos que son contraproducentes para ellos pero entienden como parte de la naturaleza humana, por ejemplo, el intento de fuga cuando se le quita a alguien la libertad. La libertad de movimiento, como la migración, puede no ser un derecho pero es un hecho: la gente cambia de lugar de residencia, sobre todo cuando vienes de un país en guerra o condenado por el modo de vida capitalista globalizado a la pobreza. El paso que se está dando intentando controlar cada metro de las fronteras a cada minuto no es mantener que algo no sea un derecho, sino algo muy típico de la sociedad en la que vivimos: cambiar la misma realidad, forzándola a adaptarse a intereses ajenos a nuestra vida.

El análisis biométrico es consecuencia de esta videovigilancia constante. El análisis biométrico es el reconocimiento de las personas en base a sus rasgos físicos: la cara, el iris, el ADN, la forma del cuerpo, la voz, o las ya muy usadas huellas dactilares. Esto implica que la grabación o muestra debe ser comparada con datos ya recogidos en una base de datos, por lo que todos nuestros elementos más íntimos deben estar registrados en manos de quienes nos gobiernan para facilitar esta labor.

Por otro lado, implica que alguien debe hacer el programa informático que se encarga de esa comparación. Un software privativo, lo cual quiere decir que es cerrado, que no conocemos sus procedimientos de comparación y validación ni la fiabilidad de los algoritmos que usa. Este software será desarrollado por empresas al servicio del interés militar y de defensa, una relación estupenda en la que el gobierno obtiene herramientas de control y la empresa privada beneficios a cambio. Nosotrxs, como afectadxs por esta tecnología, no podemos objetar ni apelar nada ante ello. Esto presenta una vulneración de derechos: ¿qué porcentaje de coincidencia biométrica es necesario para que sea verdad? ¿un 30%, un 60%? ¿qué podemos justificar nosotros ante una acusación que no sabemos en base a qué se hace? El Estado de derecho se desenmascara así: los derechos son pequeñas concesiones hechas para aplacar la posible resistencia ante un gorbierno totalitario, ya que controla todas las facetas de nuestra vida siendo esto una carencia absoluta de libertad. Cuando se pueden aplacar las luchas de formas más efectivas que con la supuesta concesión, es obvio que se optará por ello porque derechos o ausencia de ellos en un Estado no son más que intentos de gobernar más y mejor, siendo éste el interés último.

Si las formas disciplinarias y para conseguir obediencia se hacen cada vez más sutiles, como señalábamos antes, ésta es la perfección de esa premisa. El Estado nos puede acusar de un delito, las empresas corroborarlo y nosotrxs ser completamente ajenxs al proceso.

– Análisis de ADN

Como decíamos, el análisis del ADN es parte de los análisis biométricos, una que cada vez va alcanzando mayor importancia porque la coincidencia de ADN parece ser presentada por la ciencia hegemónica como una verdad incuestionable.

Las compañeras de Solidaritat Rebel, a raíz del caso de nuestra compañera presa en Aachen que se vio sujeta a este tipo de análisis de ADN y a la que queremos mandar toda nuestra solidaridad, tienen una crítica exhaustiva y muy potente. Nos explican de manera crítica y asequible en qué se basan las pruebas de ADN, qué nivel de coincidencia puede llegar a tener y qué significa esto, la necesidad de una Base de Datos con nuestro ADN y lo que ello supone y la posibilidad de resistirnos ante una petición policial de toma de muestra de ADN. En el fanzine Exclusión, que encontramos en su web, podemos leer buena parte de todo esto:

https://solidaritatrebel.noblogs.org/files/2016/07/exclusi%C3%B3n.pdf

Entre otras cosas, nos dicen:

El análisis de ADN es comparativo. Esto quiere decir que se busca una coincidencia entre dos muestras diferentes. Pero esta coincidencia es difícil que sea del 100%. La calidad del análisis depende del estado de las muestras iniciales, del estado de ellas y del tipo de células de las que se extrae, del tipo de ADN, de la contaminación, del proceso de extracción y purificación, de clonación, de secuenciación..

Como se ha visto en el apartado de “Muestras”, hay ciertas muestras que recogen en el escenario que sea que tienen más o menos dificultad de obtener una buena calidad de ADN, que necesitan un proceso más o menos delicado con su respectivo coste económico, etc.

Por lo tanto, hay muchos factores que influyen y siempre un margen de incertidumbre. Lo que se hace es presentar el porcentaje de coincidencia entre dos muestras, y dependiendo de la legislación de cada Estado y demás burocracias se determina un límite u otro.

Así, dependiendo de esto en los juzgados se acepta como coincidencia a partir de un porcentaje dado. Realmente una coincidencia que no sea del 100% siempre será una interpretación que no será, científicamente hablando, del todo objetiva.

Y aunque sea del 100% también pueden haber factores que alteren el análisis, y aunque el porcentaje de error sea mínimo, siempre hay una cierta probabilidad de que no sea exacta, por muy pequeña que sea, y se considere negligible en relación a la medición.

Sea como sea no deja de ser una interpretación en base a lo que se conoce hasta ahora sobre el ADN y los intereses por los que se rige. Al fin y al cabo la ciencia occidental es un instrumento del poder y responde a sus intereses.

– Big Data

Hemos dejado caer a lo largo del texto la necesidad de la existencia de Bases de Datos para que estos mecanismos de control puedan ser utilizados. Un debate importante sería pensar en base a qué criterios estaría supuestamente justificado la inclusión de nuestros datos en estos registros o, mejor dicho, si esto puede estar justificado en algún caso. Incluso si nos centramos en el caso con el que la mayoría de la gente estaría de acuerdo, a saber, el del registro de personas que ya han cometido delitos, esto solo significa la reducción de nuestra persona a la inocencia o la culpabilidad. Si ya hemos sido culpables, hay sospecha justificada de que volveremos a serlo; si somos inocentes, no tendremos nada que ocultar. Nuestra vida entera, pública y privada, y nuestra intimidad se ve reducida a estas dos categorías judiciales impuestas por el sistema. Y además muchxs de nosotrxs debemos a sumir que por estar en contra del mismo ya somos culpables ante sus ojos.

Pero el Big Data va más allá. La recolección y gestión de millones y millones de datos sobre nosotrxs, aunque sean los más insignificantes, se está convirtiendo en la punta de lanza tecnológica y empresarial del momento. La lógica es sencilla: si conseguimos todos los datos que podamos sobre una persona, averiguamos sus posibles intereses, nos adelantamos a sus acciones mediante árboles de decisión y sabemos qué tenemos que venderle y cuándo y si es confiable para el Estado y hasta qué punto.

¿De dónde se sacan estos datos? Pues de absolutamente todo. Tu código postal identifica en qué barrio vives y, para muchas empresas, la posibilidad que tienes para asumir un préstamo o un pago a plazos. Las redes sociales dan una estupenda visión de tus relaciones y de tu personalidad. Las apps que te descargas en el móvil, la mayoría de ellas gratuitas, tienen acceso a tus contactos, tus fotos y demás contenido de tu móvil; y todo esto es vendido a empresas mayores como Google o Amazon que mediante ubicaciones pueden saber por dónde te mueves y qué recomendarte. Lo mismo ocurre con las páginas webs por las que navegas: el dichoso mensaje en pop-up siempre presente sobre el aviso de uso de cookies, por mucho que haya páginas web que se esfuercen por presentárnoslo de manera amable y graciosa, significa que un porcentaje de información de las páginas a las que entramos se queda en nuestro navegador web propio y la siguiente página por la que naveguemos puede tener acceso a ello. Eso quiere decir que Facebook tiene acceso a que hemos mirado una página sobre vuelos a Praga y….¡zas! Toda nuestra publicidad pasa a ser de hoteles en Praga y nuestras sugerencias en Instagram de cuentas de viajes por Europa. O bien hemos buscado clases de guitarra en Google y no paramos de ver ofertas de guitarras en todas las páginas en las que entramos.

Nuestra experiencia de todo es perfilada, grabada y en base a ello se pasa a perfilar las que deberían ser nuestras experiencias futuras en base a ella: nuestra libertad de elección reducida al catálogo de sugerencias de lo que ya hemos visto en internet. Nuestro futuro ya registrado para su análisis de presunta culpabilidad antes de que lo hayamos vivido. Y todo al servicio y poblando tablas y tablas de bases de datos de personas que no conocemos.

Las pulseras desarrolladas por Amazon para controlar a sus trabajadores en base al pulso, sabiendo así si están descansando o trabajando. La revisión por parte de EEUU de las redes sociales de todxs quienes quieran entrar en el país aunque sea para visitarlo. La calificación numérica social que quiere usar China para permitir a sus habitantes viajar o no. El Big Data tiene consecuencias nefastas sobre nuestras vidas; y la principal es que el control se vuelve ten estrecho que dejan de ser nuestras.

– Urbanismo

El urbanismo ha sido desde hace tiempo una pieza importante para el poder. El barón Haussman ya en el siglo XIX cambió toda la estructura urbanística de la ciudad de parís: dándole centralidad a los avances tecnológicos como el ferrocarril y dejando el centro de la ciudad para los intereses económicos, desplazó a lxs obrerxs a la periferia y pensó las calles y la distribución de las mismas para evitar la colocación de barricadas y las revueltas. Arturo Soria intentó hacerlo propio en Madrid.

En la actualidad, vivimos procesos de gentrificación y turistificación, que hacen de la ciudad una marca de consumo en la que las plazas y los lugares de encuentro no-consumidor van en detrimento y en algunos casos han desaparecido completamente. Esto va a la par del encarecimiento de los pisos y de los elementos necesarios para la supervivencia, lo cual nos desplaza nuevamente a la periferia, aumentando el tiempo que tenemos que invertir en ir al trabajo o simplemente vernos para seguir manteniendo nuestras relaciones sociales. Un urbanismo pensado para el aislamiento, también algo conveniente para evitar revueltas: nos echan de nuestras casas, nos alejan de nuestros amigos, dificultan las labores de crianza y nos hacen dependientes de transportes que encarecen cada vez más para sacar aún más beneficio de esta situación. Siendo, a su vez, cada vez más sencillo controlar nuestros pasos, bien sea gracias a cámaras o helicópteros que tienen una visión perfecta de las calles porque están pensadas para ello, bien sea porque saben que los pobres sólo podemos vivir en determinados barrios.

RECUPERA TU VIDA

No esperamos nada de esta democracia, es el sistema totalitario mejor pensado gracias a repetir mil veces a lo largo de la historia que es el gobierno del pueblo. No queremos ser gobernadxs por nadie, porque cualquier forma de gobierno implica sumisión y control. No queremos que midan nuestras acciones para predecirlas, porque nos parece un abuso inadmisible que niega nuestra individualidad y nos convierte en presxs. No queremos que nos reduzcan a ser inocentes o culpables porque negamos la categorización hipócrita de este sistema; y, en cualquier caso, si luchar contra este sistema de miseria que nos niega la posibilidad misma de existir está tipificado como delito, obviamente seremos culpables sin vergüenza alguna de serlo.

Ni gobernadxs ni gobernantes, ni amxs ni esclavxs, ni culpables ni inocentes: siempre anarquistas contra el Estado, la democracia y cualquier tipo de autoridad.

Descargar aquí el texto maquetado

La guillotina feminista

Panfleto repartido durante la manifestación del pasado 8 de marzo en Madrid:

Últimamente se habla de igualar el número de mujeres y hombres en puestos directivos, en cargos políticos, en la policía e incluso en listas de “millonarios influyentes”. Un discurso que no nos la cuela, pues somos mujeres que mediante el feminismo pretendemos liberarnos, no mantener puestos o estatus que sometan y exploten. Por tanto nos da igual que estos los ocupen mujeres, hombres o personas no binarias, siempre atacarán la libertad y crearán desigualdad. Por ello nos negamos a hacerle el juego a los intereses políticos y económicos que pretenden reconducir nuestra lucha hasta ponerla a su servicio, haciendo que nada cambie.
El 8 de marzo es el día de la mujer, no por casualidad, sino porque a principios del siglo XX en esa fecha fueron asesinadas más de 100 obreras en una fábrica textil estadounidense. Aquellas mujeres decidieron realizar un encierro para protestar contra los bajos salarios y condiciones laborales, por lo que fueron quemadas dentro de la fábrica. Eran mujeres organizadas y fueron reprimidas por saber señalar el origen de sus males. Mujeres como muchas de nosotras que seguimos obligadas a trabajar para sobrevivir, en condiciones que parecen retroceder, con numerosos casos de acoso sexual en el ámbito laboral, viendo como se sigue dando el cobrar menos que los hombres por el mismo trabajo y que se nos carguen encima los cuidados. Así que cuando escuchamos en los medios de comunicación “hacen falta más mujeres en tal sector” que sepan que no nos engañan:
¿Para qué queremos más mujeres jefas? El trabajo mata y consume nuestras vidas. Sus jornadas, condiciones y accidentes laborales son el pan de cada día, así que lo que necesitamos no son más jefas que nos manden y se enriquezcan a costa de nosotras. Lo que necesitamos es autoorganizarnos en nuestros trabajos, más mujeres anarcosindicalistas, que haya sororidad entre obreras, conspirar juntas para emplear el boicot, huelga y sabotaje haciendo que readmitan a nuestras compas despedidas, que nuestra lucha haga que mejoren las condiciones laborales y que además se teja una red de apoyo mutuo hacía la abolición del trabajo.
¿Para qué queremos más mujeres políticas? Ejercer el poder corrompe, someterse a él degrada, por ello no queremos delegar nuestras vidas para que sigan legislando sobre nuestros cuerpos, que nos impongan condiciones de maternidad o aborto según el partido de turno, condiciones de custodia compartida aunque el padre sea un agresor y condiciones de educación que respondan a sus intereses puesto que se nos silencia. Nos da igual que haya más alcaldesas, ministras o que una mujer ocupe el cargo de presidente del gobierno de uno u otro color. Nuestras vidas son nuestras, no queremos dejarlas en manos de nadie, no queremos que se sigan levantando fronteras que impidan la libre circulación de nuestras hermanas y no olvidamos que el Estado y el patriarcado asesinan de la mano.

¿Para qué queremos más mujeres policías? Todo cuerpo represivo trabaja al servicio del poder y reprime en cuanto este y la propiedad privada se ven cuestionadas, manteniendo la desigualdad y ejerciendo violencia. Por ello no queremos que haya más mujeres que desahucien, nos cacheen, nos golpeen, multen y vigilen por ser pobres, por protestar y luchar por la libertad. Queremos que los cuerpos represivos salgan de nuestras vidas, que salgan de nuestros barrios.
¿Para qué queremos más mujeres ricas? Cómo vamos a sentirnos orgullosas de que haya más mujeres en listas de “millonarios influyentes”, si precisamente su riqueza proviene de la explotación y pobreza de otras personas. La riqueza no se alcanza en soledad necesita de todo un sistema que sustente una cima y una amplia base de personas en posición de inferioridad. No sentimos envidia, no queremos ser como ellas, lo que sentimos es la rabia de ver como mientras en los barrios pobres se sufre en los barrios ricos se derrocha.
Por último decir que tampoco queremos a nuestro lado carceleras, militares, juezas, revisoras o cualquier otro ejemplo de sustentadoras del orden y la ley que nos estrangulen, que construyan y den soporte a este mundo de miserias.
¡Queremos ser libres! por ello no queremos ni machismo, ni Estado en nuestras vidas.

2018: LA DEMOCRACIA TE VIGILA

Ser gobernado es estar bajo la vista, la inspección, el espionaje, la dirección, la regulación, la numeración, el enlistamiento, el adoctrinamiento, la predicación, el control, la medición, la valoración, la censura y el mando de criaturas que no tienen ni el derecho, ni la sabiduría ni la virtud para hacerlo […] Ser gobernado es ser en cada operación, en cada transacción, anotado, registrado, inscrito, tasado, timbrado, medido, numerado, evaluado, patentado, autorizado, amonestado, proscrito, reformado, corregido y castigado. Es ser, bajo el pretexto de la utilidad pública y en nombre del interés general, supeditado a la contribución, entrenado, redimido, explotado, monopolizado, extorsionado, exprimido, mistificado, expoliado; luego, a la más mínima resistencia, la primera queja, ser reprimido, multado, despreciado, acosado, rastreado, abusado, golpeado, desarmado, estrangulado, apresado, juzgado, condenado, ejecutado, deportado, sacrificado, vendido y traicionado; y como guinda del paster, burlado, ridiculizado, ultrajado, deshonrado. Eso es el gobierno; eso es la justicia; ésa es su moralidad.

Proudhon

Las distopías, como género literario o cinematográfico, han servido desde hace siglos en gran medida para hacer un crítica sociopolítica utilizando elementos de control y vigilancia futuristas; un urbanismo diseñado cuidadosamente para generar mayor sumisión; una ingeniería social que administra las relaciones, el nacimiento, la muerte, la enfermedad y la salud; una delineación clara de los tiempos de trabajo y ocio, también atravesada por el uso de las drogas; y, finalmente, una casi desaparición de la persona en favor de la institución. Las instituciones, bien sean religiosas o supuestamente laicas, han sido desde su nacimiento una suerte de animal mitológico: una estructura mítica que permite ser adorada, que está más allá de todxs nosotrxs, ya sea como individuos o como colectivo, y que encarna las ansias de eternidad.

Si ahora mismo recorremos las distopías, de Un mundo feliz a Black Mirror pasando por 1984, ya no podremos distinguir cuáles de los elementos mencionados son parte de un escenario de ficción y cuáles forman parte de nuestra realidad cotidiana. Normalmente hemos asociado (bueno, siendo sincerxs, nos han hecho asociar mediante los mass media y la escuela) sociedad hiper-vigilada y controlada con régimen político totalitario, en el sentido de dictadura (ausencia de elecciones y de separación de los sacros poderes político, judicial y administrativo). Caer en esta asociación simple es obviar la esencia de cualquier gobierno, democrático o no: gobernar.

EL ARTE DE GOBERNAR

Desde diversos sectores se viene negando la existencia de clases sociales. No solo es por la conveniente creación de la categoría ‘clase media’, sino que las estructuras empresariales hiper-jerarquizadas en las que se dan miles de pequeños cargos haciendo que todxs quienes los ocupan se crean pequeñxs jefxs con un papel importante en una importante empresa (aunque sea por ser el encargado de regar el cactus de la oficina), ayudan a mantener esta concepción. No no engañemos, la línea para delimitar quién es clase obrera y quién no nunca ha estado claramente definida, aunque el duela a los intelectuales de academia, ni falta que hace. Bakunin ya hablaba de ello en sus Escritos de Filosofía Política:

Las diferencias de clase son reales a pesar de la falta de delimitaciones claras. En vano intentaríamos consolarnos pensando que este antagonismo es ficticio y no real, o que resulta imposible trazar una línea clara de demarcación entre las clases poseedoras y las desposeídas, ya que ambas se mezclan a través de muchos matices intermedios e imperceptibles. Tampoco existen tales líneas de delimitación en el mundo natural.

Por mucho que la sociología y la psicología intente encasillar todo, no existen tales líneas y mucho menos cuando hablamos de personas. A pesar de ser imposible delimitar, por ejemplo, cuándo unx pasa ser viejx y que cada casa particular sea bien distinto, no por ello negamos la existencia de la vejez.

No obstante, no tiene tanta importancia enredarse en discusiones sobre la Clase Obrera en mayúsculas, reforzando un discurso obrerista y casi mesiánico en el que parece que un obrero (hombre, por supuesto) del metal es la única esperanza para la Revolución (también en mayúsculas). Nos parece más importante abstraerse un poco a lo que significan las diferencias económicas y hablar de algo que está en su base: que hay oprimidos y opresores. Y, hablando de gobiernos y de sus usos (y disgustos) sociales y políticos: gobernantes y gobernados.

Como decíamos al principio, al margen del tipo de gobierno que tengamos que sufrir y las diferencias que entre estos pueda haber (y no negamos que pueda haber tanto diferencias sutiles como significativas), como gobierno su misma esencia está en gobernar la población: administrar la vida y mantener la paz social. La paz social: esa quimera gracias a la cual se mantiene el orden establecido; supuesto interés de la voluntad general, llamada así por los defensores del contrato social, y, además de todo esto, una completa ilusión.

La paz social en la que vivimos no es paz, vivimos bajo una violencia constante. El trabajo asalariado nos impone unos horarios insoportables y volcar toda nuestra energía a cambio de dinero para sobrevivir y para tener quizá un pedacito de ocio que nos permita mantenernos cuerdxs. El colegio, el instituto y la universidad nos doblegan a los mismos horarios del trabajo asalariado a cambio de la promesa de un futuro mejor, de ascenso social y comodidades que nunca llegará; siendo esta educación sólo la garantía de tener futurxs obrerxs más o menos cualificadxs según las necesidades de la producción.

Y así nuestras vidas se repiten un día tras otro; en pisos que casi no podemos pagar, en ciudades pensadas para los coches y el consumo en vez de para que podamos relacionarnos entre nosotros, sufriendo el machismo y el racismo institucional y por parte de muchxs de nuestrxs iguales. A quienes se atrevan a salir de esta constante subida de Sísifo a ninguna parte, el contrato social (o laboral) les reserva el ostracismo y la violencia por parte del Estado. O trabajas o no tienes dinero, o estudias o no tendrás trabajo. La supuesta libertad y el supuesto pacto entre dos partes que implica el trabajo es la mentira mil veces repetida, porque aunque nadie empuje tu mano para firmar el contrato no existe otra opción si quieres vivir.

El contrato social es mucho más abstracto y se basa en la voluntad general. Una firma de la paz social a cambio de seguridad para todxs y protección. Es la misma lógica de la mafia, que extorsiona tus servicios y, generosamente a cambio, te ofrece su protección. No hay manera de escapar de ello: nacimos ya condenados desde el nacimiento en este país sin que nadie nos preguntara si queremos ser parte de este Estado democrático, sin que nadie nos preguntara si queremos firmar este contrato o cuál es nuestra voluntad propia. Antes de que tengamos esta voluntad, ya la tenemos subsumida: ya tenemos marcado qué debemos hacer durante toda nuestra vida…trabajar, consumir, respetar las leyes que nos obligan a ello.

Violencia simbólica, que es este tipo de violencia que nos obliga y somete sin cadenas, y violencia en bruto, es la base del Estado (sea del tipo que sea). Poder elegir distintos partidos políticos (aun cuando se podría decir mucho del proceso electoral) no menoscaba de ninguna manera estos fundamentos que son los que nos mantienen gobernadxs, sea por quien sea.

LAS HERRAMIENTAS DE GOBIERNO

Las formas de gobernar han ido cambiando. Esto no quiere decir que sean mejores, solo que ahora son menos visibles, más sutiles, ya que esto genera menos resistencia. El control aumenta: el gobierno pretende no ya castigar el delito (delito que muchas veces viene condicionado por nuestro miserable modo de vida) sino preverlo. Para preverlo, es necesario registrar el movimiento de todxs sin excepción.

Y con la excusa de la prevención de delitos como asesinato (sabiendo que por ello la mayor parte de la sociedad estará de acuerdo), ya tenemos la oportunidad para perseguir de forma estrecha la disidencia, la resistencia y la solidaridad frente a este sistema que nos condena a la miseria. Ya que estamos, que no pierden tampoco la oportunidad para vendernos, para vender nuestros datos y no sólo gobernarnos y vigilarnos, sino también sacar dinero con ello.

Cámaras, análisis biométricos y drones

Cada vez son más las cámaras que nos vigilan. En un principio pensadas para proteger lugares públicos o sitios con riesgo de ser objetivos de atentados, robos o diversos ataques, como aeropuertos, museos y demás. Ahora las cámaras están por todos los lugares: universidades, calles transitadas de nuestros barrios sin nada relevante que proteger, plazas donde juegan lxs niñxs…

Todos nuestros movimientos, los más cotidianos y simples como ir a comprar el pan, están siendo grabados. No se persigue ya el delito aún no cometido, se está persiguiendo la propia vida. La función que ha tenido la colocación de cámaras por todo Lavapiés, de la mano de las continuas redadas, es obvia: perseguir a personas que no han nacido en este trocito de tierra y a quienes el Estado les niega la vida, y no hablamos metafóricamente visto los asesinatos por parte de la policía en Lavapiés.

La misma función cumplen los drones en las fronteras, aparte de los usos que se está haciendo de ellos con finalidades militares en territorios de guerra. El control de las fronteras mediante drones es el perfeccionamiento de algo que ya se estaba dando desde hace tiempo, pero un perfeccionamiento que por sus nuevas técnicas implica una cosmovisión distinta: una en la que lo natural no solo es delito, sino que es imposible. Incluso Estados democráticos recogen en su código penal elementos que son contraproducentes para ellos pero entienden como parte de la naturaleza humana, por ejemplo, el intento de fuga cuando se le quita a alguien la libertad. La libertad de movimiento, como la migración, puede no ser un derecho pero es un hecho: la gente cambia de lugar de residencia, sobre todo cuando vienes de un país en guerra o condenado por el modo de vida capitalista globalizado a la pobreza. El paso que se está dando intentando controlar cada metro de las fronteras a cada minuto no es mantener que algo no sea un derecho, sino algo muy típico de la sociedad en la que vivimos: cambiar la misma realidad, forzándola a adaptarse a intereses ajenos a nuestra vida.

El análisis biométrico es consecuencia de esta videovigilancia constante. El análisis biométrico es el reconocimiento de las personas en base a sus rasgos físicos: la cara, el iris, el ADN, la forma del cuerpo, la voz, o las ya muy usadas huellas dactilares. Esto implica que la grabación o muestra debe ser comparada con datos ya recogidos en una base de datos, por lo que todos nuestros elementos más íntimos deben estar registrados en manos de quienes nos gobiernan para facilitar esta labor.

Por otro lado, implica que alguien debe hacer el programa informático que se encarga de esa comparación. Un software privativo, lo cual quiere decir que es cerrado, que no conocemos sus procedimientos de comparación y validación ni la fiabilidad de los algoritmos que usa. Este software será desarrollado por empresas al servicio del interés militar y de defensa, una relación estupenda en la que el gobierno obtiene herramientas de control y la empresa privada beneficios a cambio. Nosotrxs, como afectadxs por esta tecnología, no podemos objetar ni apelar nada ante ello. Esto presenta una vulneración de derechos: ¿qué porcentaje de coincidencia biométrica es necesario para que sea verdad? ¿un 30%, un 60%? ¿qué podemos justificar nosotros ante una acusación que no sabemos en base a qué se hace? El Estado de derecho se desenmascara así: los derechos son pequeñas concesiones hechas para aplacar la posible resistencia ante un gorbierno totalitario, ya que controla todas las facetas de nuestra vida siendo esto una carencia absoluta de libertad. Cuando se pueden aplacar las luchas de formas más efectivas que con la supuesta concesión, es obvio que se optará por ello porque derechos o ausencia de ellos en un Estado no son más que intentos de gobernar más y mejor, siendo éste el interés último.

Si las formas disciplinarias y para conseguir obediencia se hacen cada vez más sutiles, como señalábamos antes, ésta es la perfección de esa premisa. El Estado nos puede acusar de un delito, las empresas corroborarlo y nosotrxs ser completamente ajenxs al proceso.

Análisis de ADN

Como decíamos, el análisis del ADN es parte de los análisis biométricos, una que cada vez va alcanzando mayor importancia porque la coincidencia de ADN parece ser presentada por la ciencia hegemónica como una verdad incuestionable.

Las compañeras de Solidaritat Rebel, a raíz del caso de nuestra compañera presa en Aachen que se vio sujeta a este tipo de análisis de ADN y a la que queremos mandar toda nuestra solidaridad, tienen una crítica exhaustiva y muy potente. Nos explican de manera crítica y asequible en qué se basan las pruebas de ADN, qué nivel de coincidencia puede llegar a tener y qué significa esto, la necesidad de una Base de Datos con nuestro ADN y lo que ello supone y la posibilidad de resistirnos ante una petición policial de toma de muestra de ADN. En el fanzine Exclusión, que encontramos en su web, podemos leer buena parte de todo esto:

https://solidaritatrebel.noblogs.org/files/2016/07/exclusi%C3%B3n.pdf

Entre otras cosas, nos dicen:

El análisis de ADN es comparativo. Esto quiere decir que se busca una coincidencia entre dos muestras diferentes. Pero esta coincidencia es difícil que sea del 100%. La calidad del análisis depende del estado de las muestras iniciales, del estado de ellas y del tipo de células de las que se extrae, del tipo de ADN, de la contaminación, del proceso de extracción y purificación, de clonación, de secuenciación..

Como se ha visto en el apartado de “Muestras”, hay ciertas muestras que recogen en el escenario que sea que tienen más o menos dificultad de obtener una buena calidad de ADN, que necesitan un proceso más o menos delicado con su respectivo coste económico, etc.

Por lo tanto, hay muchos factores que influyen y siempre un margen de incertidumbre. Lo que se hace es presentar el porcentaje de coincidencia entre dos muestras, y dependiendo de la legislación de cada Estado y demás burocracias se determina un límite u otro.

Así, dependiendo de esto en los juzgados se acepta como coincidencia a partir de un porcentaje dado. Realmente una coincidencia que no sea del 100% siempre será una interpretación que no será, científicamente hablando, del todo objetiva.

Y aunque sea del 100% también pueden haber factores que alteren el análisis, y aunque el porcentaje de error sea mínimo, siempre hay una cierta probabilidad de que no sea exacta, por muy pequeña que sea, y se considere negligible en relación a la medición.

Sea como sea no deja de ser una interpretación en base a lo que se conoce hasta ahora sobre el ADN y los intereses por los que se rige. Al fin y al cabo la ciencia occidental es un instrumento del poder y responde a sus intereses.

Big Data

Hemos dejado caer a lo largo del texto la necesidad de la existencia de Bases de Datos para que estos mecanismos de control puedan ser utilizados. Un debate importante sería pensar en base a qué criterios estaría supuestamente justificado la inclusión de nuestros datos en estos registros o, mejor dicho, si esto puede estar justificado en algún caso. Incluso si nos centramos en el caso con el que la mayoría de la gente estaría de acuerdo, a saber, el del registro de personas que ya han cometido delitos, esto solo significa la reducción de nuestra persona a la inocencia o la culpabilidad. Si ya hemos sido culpables, hay sospecha justificada de que volveremos a serlo; si somos inocentes, no tendremos nada que ocultar. Nuestra vida entera, pública y privada, y nuestra intimidad se ve reducida a estas dos categorías judiciales impuestas por el sistema. Y además muchxs de nosotrxs debemos a sumir que por estar en contra del mismo ya somos culpables ante sus ojos.

Pero el Big Data va más allá. La recolección y gestión de millones y millones de datos sobre nosotrxs, aunque sean los más insignificantes, se está convirtiendo en la punta de lanza tecnológica y empresarial del momento. La lógica es sencilla: si conseguimos todos los datos que podamos sobre una persona, averiguamos sus posibles intereses, nos adelantamos a sus acciones mediante árboles de decisión y sabemos qué tenemos que venderle y cuándo y si es confiable para el Estado y hasta qué punto.

¿De dónde se sacan estos datos? Pues de absolutamente todo. Tu código postal identifica en qué barrio vives y, para muchas empresas, la posibilidad que tienes para asumir un préstamo o un pago a plazos. Las redes sociales dan una estupenda visión de tus relaciones y de tu personalidad. Las apps que te descargas en el móvil, la mayoría de ellas gratuitas, tienen acceso a tus contactos, tus fotos y demás contenido de tu móvil; y todo esto es vendido a empresas mayores como Google o Amazon que mediante ubicaciones pueden saber por dónde te mueves y qué recomendarte. Lo mismo ocurre con las páginas webs por las que navegas: el dichoso mensaje en pop-up siempre presente sobre el aviso de uso de cookies, por mucho que haya páginas web que se esfuercen por presentárnoslo de manera amable y graciosa, significa que un porcentaje de información de las páginas a las que entramos se queda en nuestro navegador web propio y la siguiente página por la que naveguemos puede tener acceso a ello. Eso quiere decir que Facebook tiene acceso a que hemos mirado una página sobre vuelos a Praga y….¡zas! Toda nuestra publicidad pasa a ser de hoteles en Praga y nuestras sugerencias en Instagram de cuentas de viajes por Europa. O bien hemos buscado clases de guitarra en Google y no paramos de ver ofertas de guitarras en todas las páginas en las que entramos.

Nuestra experiencia de todo es perfilada, grabada y en base a ello se pasa a perfilar las que deberían ser nuestras experiencias futuras en base a ella: nuestra libertad de elección reducida al catálogo de sugerencias de lo que ya hemos visto en internet. Nuestro futuro ya registrado para su análisis de presunta culpabilidad antes de que lo hayamos vivido. Y todo al servicio y poblando tablas y tablas de bases de datos de personas que no conocemos.

Las pulseras desarrolladas por Amazon para controlar a sus trabajadores en base al pulso, sabiendo así si están descansando o trabajando. La revisión por parte de EEUU de las redes sociales de todxs quienes quieran entrar en el país aunque sea para visitarlo. La calificación numérica social que quiere usar China para permitir a sus habitantes viajar o no. El Big Data tiene consecuencias nefastas sobre nuestras vidas; y la principal es que el control se vuelve ten estrecho que dejan de ser nuestras.

Urbanismo

El urbanismo ha sido desde hace tiempo una pieza importante para el poder. El barón Haussman ya en el siglo XIX cambió toda la estructura urbanística de la ciudad de parís: dándole centralidad a los avances tecnológicos como el ferrocarril y dejando el centro de la ciudad para los intereses económicos, desplazó a lxs obrerxs a la periferia y pensó las calles y la distribución de las mismas para evitar la colocación de barricadas y las revueltas. Arturo Soria intentó hacerlo propio en Madrid.

En la actualidad, vivimos procesos de gentrificación y turistificación, que hacen de la ciudad una marca de consumo en la que las plazas y los lugares de encuentro no-consumidor van en detrimento y en algunos casos han desaparecido completamente. Esto va a la par del encarecimiento de los pisos y de los elementos necesarios para la supervivencia, lo cual nos desplaza nuevamente a la periferia, aumentando el tiempo que tenemos que invertir en ir al trabajo o simplemente vernos para seguir manteniendo nuestras relaciones sociales. Un urbanismo pensado para el aislamiento, también algo conveniente para evitar revueltas: nos echan de nuestras casas, nos alejan de nuestros amigos, dificultan las labores de crianza y nos hacen dependientes de transportes que encarecen cada vez más para sacar aún más beneficio de esta situación. Siendo, a su vez, cada vez más sencillo controlar nuestros pasos, bien sea gracias a cámaras o helicópteros que tienen una visión perfecta de las calles porque están pensadas para ello, bien sea porque saben que los pobres sólo podemos vivir en determinados barrios.

RECUPERA TU VIDA

No esperamos nada de esta democracia, es el sistema totalitario mejor pensado gracias a repetir mil veces a lo largo de la historia que es el gobierno del pueblo. No queremos ser gobernadxs por nadie, porque cualquier forma de gobierno implica sumisión y control. No queremos que midan nuestras acciones para predecirlas, porque nos parece un abuso inadmisible que niega nuestra individualidad y nos convierte en presxs. No queremos que nos reduzcan a ser inocentes o culpables porque negamos la categorización hipócrita de este sistema; y, en cualquier caso, si luchar contra este sistema de miseria que nos niega la posibilidad misma de existir está tipificado como delito, obviamente seremos culpables sin vergüenza alguna de serlo.

Ni gobernadxs ni gobernantes, ni amxs ni esclavxs, ni culpables ni inocentes: siempre anarquistas contra el Estado, la democracia y cualquier tipo de autoridad.

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La calma después de la tormenta. Algunas reflexiones acerca de lo ocurrido en la UAM el 19 de Octubre de 2016

Tras amainar la tormenta mediática del pasado 19 de octubre, que se desató a raíz de lo acontecido en la facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid, donde una conferencia de Felipe González y Juan Luis Cebrián fue boicoteada; merece la pena detenerse un momento para analizar algunas cuestiones que suscitaron dichos sucesos y las reacciones posteriores al mismo.

No queremos llevar a nadie al engaño, nuestro análisis toma como base nuestros principios antiautoritarios. En consecuencia, aprovecharemos para realizar una exposición que, como anarquistas, creemos oportuna realizar para intentar superar la mera descripción de los hechos y profundizar en las causas y los esquemas básicos, sobre los que se construye la raíz de toda problemática.

 

Uno de los principios básicos del anarquismo es el rechazo a toda autoridad, se plasme donde se plasme, y que mayor autoridad que la que ostentan los dirigentes políticos, hagan los que hagan, sea por el bien o mal del buen ciudadano[1]. Negamos o, por lo menos, no tenemos en consideración la falsa dicotomía del político honesto frente al político corrupto. Entendemos que ambos son parte integrante de la gestión de este sistema de miseria. El político bueno, protege el orden y lo legitima como cara visible de la dominación. El político deshonroso, es utilizado como figura que sirve para mostrar una necesidad de purgar las malas hierbas, en una labor de autohigiene del propio sistema que se nos presenta como válido y efectivo frente a sus propios fallos. Pero no lo olvidemos: el político honesto y el deshonesto, ambos, tienen intereses comunes, de explotación y dominación sobre el resto de los dominados y explotados.

 

En consecuencia, poco nos importa que Felipe González haya traicionado a militantes y votantes del PSOE. No es esto nuestro motivo de acción (aunque algunos lo hayan intentado remarcar), pues, como anarquistas, lo planteamos como un ataque a un símbolo de poder que ha ostentado una posición de autoridad imponiendo sus intereses frente al resto, dando cuerda a la cadena de gobernados y gobernantes, entendiendo a estos últimos como al conjunto de explotados y oprimidos del mundo entero.

 

Es evidente, como venimos mencionando, que la clase política va a defender su posición de poder dentro de la democracia y van a funcionar en base a sus propios intereses, por lo tanto, no nos sorprende, el papel de la prensa y los medios de comunicación burgueses. Como voceros del Estado y  del Capital que son, refuerzan la posición de aquellos que nos someten, cumpliendo por tanto un papel importante en los engranajes de este sistema. No podemos caer en su juego y pretender hacer valer nuestro discurso en sus medios. Pues sus medios, son eso: SUS medios.

Más allá de las consideraciones que muchos han señalado sobre la falsa bidireccionalidad en la libertad de expresión[2], merecería la pena detenerse en lo que implica, para cualquier lucha que pretenda situarse al margen del sistema. En primer lugar, los tristes intentos a través de ruedas de prensa, respuestas a periodistas y demás acercamientos a los media evidencian una carencia absoluta de nuestra capacidad real de comunicar aquello que pretendamos, fuera de nuestros círculos. Quizás ya va siendo hora de dejar de delegar en los medios del enemigo y plantearnos el cómo y el porqué de esta carencia. En segundo lugar, entendemos que convendría plantearse hasta qué punto los acercamientos de los periodistas a preguntarnos “nuestra versión” de los hechos, no es sino una búsqueda de “carnaza”, dado que todo cuanto digamos será apuntillado, dado la vuelta y, en última instancia, sepultado bajo el peso de lo que realmente tiene relevancia en los medios de las grandes empresas y los monopolios de la comunicación. Pero, aun dando como válido, que quizás, algún lector de “Público” (por mencionar un medio que atraiga a un lector medianamente izquierdista[3]) pudiera llegar a indignarse frente a la desvergüenza “criminalizadora” o cualquier valoración nuestra que pase el filtro de los media, nos parecería oportuno cuestionarse hasta qué punto no es una emoción más que el espectador pasivo siente avanzando a través de una página web. El espectador/lector pasará de la indignación frente a la represión  para dar paso a la ternura al ver el parto de unos gemelos tras un bombardeo en Siria, después la tristeza al ver las imágenes de un terremoto en Bolivia para pasar al horror al leer las estadísticas por muertes en violencia de género y luego a la frivolidad del último video de gatos. Todo ello en 6 minutos. Este torrente de sentimientos, donde se ha colado la acción represiva del Estado, anula la capacidad de empatía y de análisis. La pasividad reina en el espectáculo mediático independientemente del sentimiento que experimentemos por su propia fugacidad.

 

Entendemos que son nuestros medios y nuestras propias fuerzas las que deben cumplir la tarea de comunicar aquello que pretendamos trasmitir. La acción directa también es una tarea en el ámbito de la trasmisión. En resumidas cuentas, la propaganda por el hecho: dejar que sea la acción y nuestros propios medios comunicativos los que hablen y no darles el gusto a periodistas y polítcxs de utilizar nuestras acciones y su reflexión o justificación como portada de sus diarios.

 

Finalmente otro aspecto que se ha ido mencionando sobremanera como pilar de las sociedades democráticas, y que siempre genera controversia es la cacareada “libertad de expresión”. Este término es utilizado siempre por ciudadanxs, polítcxs y periodistas para recriminar una falta de libertad , expresar algunas opiniones en democracia o justificar algunas otras. Pues bien, lxs anarquistas no creemos en la libertad de expresión, es más, la rechazamos, pues está sujeta al Derecho, es decir, al mayor instrumento de dominación: la ley.

Lxs ciudadanxs pueden expresarse hasta donde la ley les permita, marcándose los límites por el Estado de Derecho. Todo derecho (como la libertad de expresión o la propiedad privada, por ejemplo) es una concesión, una “autorización” del poder competente, incluso cuando se lo arrancamos con la lucha. En consecuencia, todo derecho concedido y otorgado por una autoridad (pues su concreción se hace a través de la ley y el reconocimiento de la misma) implica un reforzamiento de su posición de poder.

 

La democracia y sus dogmas han generado pilares como la libertad de expresión para establecer límites en lo consentido a la par de legitimarse como modelo social basado en la libertad tal y como el liberalismo sostiene. A este respecto, la “libertad de expresión” está muy ligada a su prima hermana la “tolerancia” y se tiende a recurrir a ambos en casi cualquier controversia. Misma trampa: la tolerancia es una imposición que la democracia nos intenta imponer, partiendo de la institución familiar, hasta el mundo laboral, pasando por la escuela o la religión entre otras muchas. Pero ¿Tolerantes con qué? ¿Con la explotación asalariada y los asesinatos en los puestos de trabajo? ¿Con la obediencia y sumisión con la que nos adoctrinan en la escuela? ¿Con las cárceles, centros de menores y CIES? ¿Con el machismo, el racismo o el fascismo? ¿Tolerantes con la autoridad que atraviesa esta sociedad infecta? No. No somos ni seremos tolerantes con un sistema que nos condena y nos roba la vida por el simple hecho de existir. No queremos formar parte como eslabón en sus cadenas. Rompámoslas. Ataquemos este mundo de tristeza y obediencia que nos somete a vivir bajo los intereses de unos pocos.

 

 

¡CONTRA TODA AUTORIDAD, POLÍTICXS A LA HOGUERA!

¡MUERTE AL ESTADO!

¡VIVA LA ANARQUÍA!

[1] Merece la pena reflexionar sobre la figura del “ciudadano”, para nada exenta de una fuerte carga ideológica sistémica, en tanto rol e identidad que asume un papel de obediencia y sumisión como sostenedor de un sistema de dominación, como lo es la democracia.

[2] Falsa bidireccionalidad de la “libertad de expresión”, decimos, ya que es un hecho que unos pocos lobbys mediáticos controlan la información y la capacidad de comunicarla, y el resto, queda acallado y sepultado por el “ruido mediático” y su insignificante capacidad de hacerse un hueco en la sociedad de la información.

[3] A este propósito, ya comentaban lxs compas del Grupo Bandera Negra, en el texto “Esperanza Aguirre, clase política, muerte y medios de comunicación” en un suceso parecido pero con Esperanza Aguirre de protagonista: “…los medios de comunicación son grandes emporios empresariales con intereses propios como empresas que son. Dependiendo de sus intereses económicos, a qué sector de la población se dirijan y con que grupos políticos mantengan relaciones se determinará en su conjunto la línea editorial del periódico, televisión o radio. Medios progresistas o medios conservadores –las dos ópticas de los medios burgueses- pretendían sacar rédito político a la acción”.